El edificio de la antigua D.M. Distillery Company es el tesoro mejor guardado de Ciudad Juárez. Para llegar necesitas atravesar las vías del ferrocarril, sortear una calle sin pavimentar y aventurarte a una zona depreciada de esta frontera. La ubicación exacta es calle Ramón Alcázar y Partido Lerdo Ojinaga, justo entre las colonias El Barreal y La Chaveña.

De animarte, verás una gigantesca fábrica con fachada en ladrillo rojo de estilo colonial y largas ventanas, una puerta alta con un elaborado marco y un precioso balcón donde, en la parte inferior, puede leerse claramente el nombre de la compañía. Te recibirá una pequeña reja de hierro con el emblema que se parte a la mitad cuando las puertas se abren, igual que las mansiones que pueden verse en películas de época.

La historia de este edificio está completamente ligada a los años de la prohibición de alcohol en Estados Unidos, durante la década de 1920, donde la cercanía estratégica de Ciudad Juárez, así como su clima ideal para el añejamiento del licor, atrajo a los grandes productores de bourbon del vecino país.


Entonces, el empresario juarense Julián Gómez, asociado con productores de Kentucky, fundó la D.M. Distillery Company y su producto insignia, el Juarez Whiskey Straight American, gozaría de gran popularidad y prestigio de inmediato. Sus botellas, en presentaciones de 750 y 250 mililitros, se volvieron indispensables en las barras de cualquier cantina, club o restaurante, con la leyenda de HECHO EN MÉXICO adornando el fondo de la etiqueta.

Más tarde, el mismo Julián Gómez compraría el total de las acciones a John Levy y FC McKey, quedando como dueño único de la destilería, que sería la más grande productora de whiskey en México y su fama llegaría a los amantes de este licor en todo el mundo.

Tras la derogación de la Ley Seca de Estados Unidos en 1933, el clamor por la bebida juarense iría disminuyendo con el pasar de los años. Fue hasta finales de la década de 1980, quedando ya atrás los años dorados de la ciudad, cuando la empresa se vio obligada a vender sus patentes para mantenerse, cerrando sus operaciones definitivamente a principios del siglo XXI.

Entre las leyendas que se cuentan en esta frontera está que el famoso gánster Al Capone era un gran entusiasta del whiskey mexicano y que, en cada una de sus visitas a esta ciudad para el manejo de sus negocios clandestinos, no perdía oportunidad para degustar de esta bebida, fabricada con el mejor maíz de México y añejada con el clima árido y seco del desierto.

El escritor César Silva Márquez le rinde homenaje a este elixir en su novela Juárez Whiskey (Almadía, 2013), una canción de amor y de nostalgia a una Ciudad Juárez suspendida en el tiempo, en una espera eterna por mejores días.

Muchas voces se han levantado para exigir a las autoridades que este edificio sea reformado en un museo que cuente la historia del whiskey juarense, y la bella forma del edificio lo justifica.