Este martes, Donald Trump volverá a hacer lo que mejor sabe: espectáculo. Desde el corazón húmedo de los Everglades, en Florida, el presidente encabezará la inauguración televisada de un megacentro de detención migratoria. El evento no solo resume la crudeza de su narrativa antimigrante, sino que revela, con una teatralidad grotesca, la decadencia moral y política del imperio estadounidense.
De acuerdo con medios estadounidenses, el centro, informalmente bautizado como “Alcatraz de los caimanes”, está rodeado de pantanos, caimanes y caminos sin retorno. Trump y su secretaria de Seguridad Nacional, Kristi Noem, conocida como “la cazamigrantes”, lo presentan como una cárcel de máxima seguridad para contener a “inmigrantes peligrosos”. Pero en realidad, la mayoría de los detenidos no tiene antecedentes penales. Su único “crimen” es haber cruzado una frontera en busca de una oportunidad.
Podríamos decir que la metáfora es evidente: ante la construcción del migrante como amenaza, la respuesta es el aislamiento como solución. Y todo está pensado para la televisión. Trump no gobierna, produce un reality show político, cargado de efectos especiales, enemigos prefabricados y promesas imposibles de cumplir. Ha prometido deportar a un millón de personas este año, pero ni las redadas masivas ni el aumento presupuestal al ICE lo han acercado a esa meta, pero no importa, el objetivo no es la eficacia, sino el espectáculo.
Desde la conferencia matutina en Palacio Nacional, la presidenta de México, Claudia Sheinbaum, alzó hoy la voz contra la criminalización del migrante. Calificó el nuevo centro como una violación flagrante de derechos humanos y recordó que Estados Unidos fue construido por migrantes. “Particularmente los latinos y los mexicanos son fundamentales para la economía de Estados Unidos”, dijo con firmeza. Y advirtió que esta ofensiva indiscriminada contra quienes trabajan y construyen comunidad terminará afectando directamente al propio país del norte.
También líderes religiosos estadounidenses se han sumado al repudio. El cardenal Robert W. McElroy, respaldado por el Vaticano, denunció que la política de Trump es un “esfuerzo indiscriminado de deportación masiva” y una agresión directa contra personas buenas y trabajadoras. Cuando la Iglesia, los granjeros, los alcaldes, los comerciantes y los socios comerciales alzan la voz en contra, uno esperaría una mínima reflexión. Pero Trump no escucha: solo grita.
El espectáculo en los Everglades no es política migratoria, es televisión punitiva. Lo que inaugura no es una solución, sino una escenografía del miedo. Y lo más grave: una nación entera está siendo arrastrada al abismo, no por sus enemigos, sino por quienes dicen amarla mientras desmantelan su alma.
En medio de los pantanos, rodeado de caimanes, Trump sonríe a la cámara. No está resolviendo nada. Solo dirige su propio show. Y lo hace con una crueldad que cada día recuerda más a los peores capítulos de la historia que juraron no repetir.
