En México, el periodismo vive en la cuerda floja. Mientras los partidos políticos de oposición atraviesan una crisis de credibilidad e irrelevancia —el PRI reducido a la caricatura que representa Alejandro Moreno, el PAN atrapado por facciones internas sin liderazgo, y Movimiento Ciudadano aún lejos de consolidarse como alternativa nacional—, son los periodistas quienes han asumido, en los hechos, la tarea de contrapeso democrático. No disputan espacios de poder, pero sí la credibilidad de la narrativa.
El costo de esta función es altísimo. México ostenta la triste distinción de ser el país más peligroso para ejercer el periodismo sin estar en guerra declarada. Los reporteros que investigan al narcotráfico, a la corrupción política o a las redes de impunidad local pagan, muchas veces, con su vida. Las balas sustituyen a los argumentos; el silencio impuesto por la violencia se vuelve la censura más brutal y efectiva. Y, sin embargo, pese al riesgo, son estos periodistas los que mantienen abierta la rendija de la verdad.
El expresidente Andrés Manuel López Obrador y la presidenta Claudia Sheinbaum han insistido en que en sus gobiernos no hay censura. Es cierto: a diferencia de regímenes autoritarios de la región, en México la libertad de prensa se respeta desde el poder federal. No obstante, el problema radica en los márgenes del poder: gobernadores, legisladores, congresos estatales y políticos que, escudados en banderas legítimas como la lucha contra la violencia hacia las mujeres, han intentado usar la ley para amordazar a periodistas incómodos. Los casos recientes evidencian un riesgo: que la legislación protectora se deforme en herramienta de censura.
Frente a esta situación, el periodismo adquiere una responsabilidad doble: informar y, al mismo tiempo, sustituir la labor de oposición que los partidos no cumplen. El PRI, con su herencia de corrupción y su derrota histórica, dejó de ser referente. El PAN, aunque segunda fuerza electoral, perdió credibilidad al subordinarse a intereses de grupo. Movimiento Ciudadano, aunque con crecimiento, sigue siendo testimonial en los grandes debates nacionales. La prensa, por tanto, se convierte en el último bastión frente al poder y frente a la violencia criminal.
No basta con reconocer la valentía de quienes ejercen el oficio. Se requiere una política integral de protección a periodistas que no dependa de las autoridades locales, muchas veces coludidas con el crimen. Es indispensable también garantizar que las reformas legales, en particular las relacionadas con violencia de género, no se conviertan en pretextos para limitar el derecho a informar. En suma: blindar la libertad de expresión contra la censura oficial y contra el silenciamiento criminal.
En un país donde los partidos opositores han renunciado a su papel histórico, el periodismo es la trinchera de la democracia. Defenderlo implica defender la posibilidad misma de un debate público libre. Entre las balas del narcotráfico y las tentaciones de censura disfrazada, el periodismo mexicano demuestra que la libertad de expresión se protege, se cuida y se ejerce con dignidad. Eso pienso yo, usted qué opina. La política es de bronce.
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Onel Ortiz Fragoso es escritor, cronista, analista político, asesor parlamentario y aficionado a la fotografía.
@onelortiz