La mañana comenzaba lentamente, y las aves cantaban al recibir los primeros rayos del sol sobre su plumaje. Sin embargo, no todo canto era melodioso; había un ave en particular bastante ruidosa, especialmente para un hombre que valoraba desesperadamente sus últimos quince minutos de sueño antes de que sonara la alarma.
—Otra vez ese maldito pájaro —se quejó ante aquellos graznidos infernales, antes de percibir un sonido más—. ¿Una voz? —murmuró adormilado, pensando que la televisión estaba encendida. Dirigió su mirada a la pantalla negra y apagada que yacía sobre un amplio tocador, justo en frente de la cama.
Extrañado y con una expresión de confusión, miró a su alrededor buscando el origen de la voz sin lograr identificarlo. Incluso presionó el botón de su radio-despertador por si aquel sonido provenía de allí. Para su sorpresa, tampoco era el origen. Fue en ese momento cuando pausó sus acciones y pensamientos, solo para escuchar la narrativa que pasaba por su cabeza.
—Es… ¿Está describiendo lo que hago? —La duda era evidente en su expresión, aún más porque las palabras resonaban en su mente, reflejando lo que decía y hacía, casi como si estuviera siguiendo un guion. Sintió que se estaba volviendo loco; oír las descripciones y diálogos en su cabeza lo hizo dar un sobresalto, rozando el límite de un ataque de ansiedad.
—¡Respira, respira! —hiperventilaba angustiado, aún escuchando las descripciones del narrador, sin que este pareciera inmutarse lo más mínimo.
—¡Cállate! —bufó, llevándose las manos a la cabeza y negando con desesperación, para luego cubrirse los oídos, esperando que la voz desapareciera…
…
Pasaron unas horas de silencio antes de que la voz volviera a hablar, justo cuando aquel hombre pensaba que todo había sido un sueño vívido o una alucinación.
—¿Quién eres? —preguntó mirando hacia el techo, sin obtener respuesta, pero aún escuchando la voz narrando sus acciones—. ¿Por qué me dices estas cosas? ¿Qué significa esto? —La ansiedad regresaba, pero su necesidad de respuestas lo obligaba a mantenerse lúcido y concentrado—. ¡Respóndeme y deja de decir lo que hago! —gritó con el rostro al borde de las lágrimas antes de que otro misterioso silencio se hiciera presente…
…
—¿Me está diciendo que escucha voces? —La terapeuta hablaba con calma mientras su paciente empezaba a mostrar una expresión de pánico.
«Está volviendo a pasar», pensó, sintiendo nuevamente aquel eco en su cabeza. La repetición del diálogo, como un déjà vu instantáneo.
La mujer, sentada a un lado del hombre, pareció notar que algo sucedía.
—Alán… —preguntó con duda, temiendo que su paciente estuviera teniendo una alucinación.
—No estoy alucinando —se apresuró a decir, sentándose de golpe. Sabía exactamente lo que la doctora pensaba, pues había escuchado la narrativa en su mente.
La doctora quedó perpleja y mostró preocupación en su rostro. Con calma, sostuvo la mirada de su paciente.
—Tienes que respirar hondo, Alán —marcó sus palabras con lentitud, haciéndole señas para que la imitara en inhalar y exhalar, intentando guiarlo hacia la calma.
A regañadientes y con un estrés difícilmente descriptible, Alán la imitó, esperando encontrar algo de silencio…
…
Alán dormía en una cama de hospital cuando una voz familiar lo hizo abrir los ojos.
Habían pasado dos semanas desde su visita a la terapeuta, quien lo había derivado a un psiquiatra para realizarle los análisis pertinentes.
—Por favor, para…
Para sorpresa de todos, los estudios no revelaron nada anormal. Aun así, el doctor recomendó una estadía controlada en el psiquiátrico para evaluar mejor sus reacciones.
—¡DOCTOR! —El grito fue tan fuerte que incluso los pacientes de las habitaciones aledañas dieron un sobresalto. Uno era un anciano con demencia senil; la otra, una joven en proceso de recuperación de una sobredosis.
—¡No me interesa por qué están aquí ellos! —soltó con furia antes de inhalar hondo y vociferar con más fuerza—. ¡DOCTOR, VENGA RÁPIDO!
Desesperado, se encaminó hacia la puerta para salir a toda prisa, pero fue detenido en seco por un enfermero.
—Alán, ¿qué pasa? —La duda y consternación del enfermero eran evidentes mientras sujetaba los hombros del paciente, buscando calmarlo.
—¡Lo estoy escuchando de nuevo! ¡Lo estoy escuchando de nuevo! —A pesar de que sus gritos disminuyeron, el desespero en su voz era tal que el enfermero tuvo que retenerlo con fuerza.
Un oficial de seguridad del hospital llegó para apoyarlo en contener a Alán. Quizás por los forcejeos y los gritos, o por la misma narrativa, Alán no se dio cuenta de que la voz se había mantenido en silencio hasta que el psiquiatra entró en la habitación.
Exhausto, posó su frenética mirada sobre el doctor, suplicando ayuda con los ojos.
—Está hablando… ¡La voz está hablando!
El psiquiatra, con calma, sacó una pequeña linterna de su bolsillo para revisar sus pupilas. Mientras apuntaba la luz, preguntó:
—¿Y qué está diciendo esa voz, Alán?
…
Dicen que el tiempo pasa rápido, pero eso es una cruel mentira cuando se está en un hospital.
—Ya basta… por favor… —suplicó Alán, sentado en una esquina de la habitación acolchada y blanca.
Habían transcurrido dos meses desde su último estallido. En resumen, había perdido aún más los estribos, lo que llevó a que le asignaran una estancia indefinida, con un diagnóstico pendiente y la posibilidad de ser considerado un riesgo para la sociedad.
—¿Por qué sigues haciéndome esto? —siguió suplicando en busca de respuestas…
…
Los años pueden pasar, y lo que creemos superado puede regresar en cualquier momento.
Un hombre, ahora más maduro, abrazaba a una bella mujer hasta que, en medio de la oscuridad de la habitación, abrió los ojos.
Sin decir nada, se soltó suavemente del abrazo, se levantó de la cama y caminó hasta la cocina.
Era obvio que intentaba ignorar una voz familiar que retumbaba en su mente. Aunque no respondiera, la voz seguía ahí, intangible e inaudible para los demás, describiendo todo lo que sucedía o lo que, al menos, consideraba necesario narrar.
Sin reaccionar, Alán llegó a la cocina, se sirvió agua en una taza y bebió a tragos grandes, tratando de no atragantarse. Al terminar, soltó un suspiro cansado.
—¿Alguna vez vas a dejarme en paz? —preguntó al aire.
El suave sonido de unos pasos lo hizo girarse con cierto sobresalto.
Era su hija menor, Samy.
—¿Papi? —La pequeña lo miró adormilada y nerviosa.
Alán se acercó y la abrazó. Después de todo, había superado su «oscuro pasado de locura». Asentar cabeza con una bella mujer había sido más sencillo, y tener un trabajo estable y dos hijas hermosas le había devuelto la normalidad.
—¿Qué pasa, linda? —acarició el cabello de la niña—. ¿Tuviste una pesadilla?
Samy guardó silencio, dudando si responder.
—Me despertó algo raro… —habló con timidez, frotándose un ojo—. Un ruido…
Pausó antes de continuar.
—Era una voz.
Alán sintió su cuerpo helarse.
—Y habla de ti…

Nacida en una familia promedio, creció con afinidad por la lectura, la escritura y el terror/horror, hasta convertirlo en un gusto constante y muy presente en su vida cotidiana.
Egresada en la carrera de arte digital y posteriormente de una maestría en valuación con distintas especialidades, Andrea continuó su rumbo en la escritura, publicando su primer texto en formato físico en el 2019, manteniendo ritmo en sus publicaciones a partir de ese momento (e incursionando por distintos generos literarios combinados con el terror/horror), hasta la actualidad.
Hoy en día escribe bajo distintos seudónimos dependiendo la temática de su obra, siendo “Andrea SZ” uno de los tres más utilizados y con tintes de crítica que llevan a la introspección al sentido oculto entre las letras.
Andrea SZ FB: https://www.facebook.com/share/1KQ2aUMJ9y/
Andy de Rubio FB: https://www.facebook.com/share/1AG1phuyVG/
Insta: https://www.instagram.com/andyderubio?igsh=ZXFoZGw0ZzB5Nmtr
Andrea Sánchez
FB: https://www.facebook.com/share/1BK8sSmacS/
insta: https://www.instagram.com/massescritos?igsh=a3BrdHpsNDlnOWY5