Ahora ya no se juega como antes. Yo fui jugador del llano. ¿Conoce usted las canchas del Deportivo Zarco? Había mucho que pelear. El orgullo que se jugaba a las orillas del Gran Canal de Desagüe brindaba partidos inolvidables. Mis mejores goles fueron en tiros de castigo. También se me daba defender los tres palos. Tuve mi buena época como portero. Siempre arañaba la bola y la sacaba. No he jugado los puestos que he querido, más bien donde me han puesto. Quise ser profesional. Fui a probarme con los Cañeros del Zacatepec, el equipo de mi vida. Nunca me hicieron caso. Pasaba horas esperando y a cambio sólo una cascarita terminaba jugando. El futbol llanero se hace para pasar el rato. Yo siempre le di su importancia. Me presentaba con el mismo optimismo. Era como un oficio o un hábito. Estaba al pie del cañón sin un empleo formal seguro. Cada sábado religiosamente le echaba ganas y quería sobresalir. El jugador llanero vive en el riesgo. Es el jugador más caliente y bravucón. Antes del partido circulan las cervezas. Y a pesar de las reglas los ánimos se calientan. Hay jugadores de debut y despedida. Lo mismo los árbitros. Aquí no hay quien pague las curaciones. Uno reconoce al que es buen jugador, el que se cuida, el que continuamente está entrenando. Un mal jugador es el que se siente estrella. El que opaca a los demás. También están los que perseveran. Sin embargo, hay malos que perseveran. Esos saben que el futbol sucede. Que más que un escape o una salida el futbol es un alto riesgo. Yo no me ando con mentiras. En el futbol no hay San Lunes. Sacar valor de los entrenamientos es lo que siempre recomiendo. Los fanáticos nos califican. Nos vuelven ídolos. Un ídolo es quien le entra a la gente por los ojos. Que le gusta cómo lo haces y cómo la mueves, sin albur. Los aplausos son el dinero en el futbol llanero. Esos quién te los quita. Esos se van hasta la muerte como dice José Alfredo. Siempre preguntan por mis ídolos. Les digo que no hay. Que están en construcción. Cuando joven me pedían opinión sobre Maradona, Platini, Beckenbauer o Hugo Sánchez. Ahora sobre Mbappé, Vinicius, Haaland o aún de Messi. Todos se van sobre los que están en la alfombra roja. Yo prefiero hablar siempre de los silenciosos. ¿Se acuerda usted de Carlos Zárate o Lupe Pintor, en el boxeo? Fueron ídolos a mi manera. A los que incluso jamás les construirán su estatua. Fíjese usted que necesitamos de esos deportistas que se retiran en la cúspide. Todos somos jóvenes en el deporte que practicamos. Le digo a usted que el público es quien tiene la última palabra. Siempre espero el partido como si fuera el último o el primer trago. Se saborea como cuando lanzas tu primer piropo a una dama. Así se da uno a conocer. Calibras el nivel de las damas más jaladoras, las que aceptan el piropo. Y lo lanzas en busca de la respuesta o la evasión de ella. Así el futbol. Uno sale al llano con la estrategia y con el rival estudiado. Buscas su lado frágil y pronto sabes si el rival los tiene bien puestos. Todo rival en el futbol tiene rostro de extranjero. Yo aconsejo esa premisa. Resulta fabuloso que ahora mis pupilos lo miran así. Digo que salgan a dormir al enemigo con talento o con barridas a su humanidad. En el futbol se sobrevive con talento, sabe usted. La derrota futbolera no está en los tacos negros. Usted pensará que soy conservador, más bien me defino como un tradicional. El futbol con calcetas blancas y tachones negros y un par de güevos, es otra cosa. Pero cuando la derrota se presenta, uno la acepta como en la vida. El fracaso es como un nocaut. En mi filosofía también el nocaut en contra se disfruta. Es un estate quieto del rival que se muestra superior. El futbol será siempre un aprendizaje. Ahora un espacio donde suceden cosas raras. Vea usted el profesional. La franja de comodidad, como dicen los que saben, se convierte en todo el universo para algunos jugadores, titulares casi siempre. Siempre cito a mis jugadores al poeta Pavese, usted lo leyó seguramente, creo es italiano. “La sorpresa es el móvil de cada descubrimiento”. Es decir, abrir la cancha, abandonarse a la sorpresa y la curiosidad y aplicarse en aquello que desde el pizarrín hemos decidido hacer diferente. En el campo de futbol solo cabemos veintidós apasionados. Los mejores, digo yo, los más apasionados. Esos son los que han hecho del futbol una cultura. En mi decálogo hay un espacio para recuperar la conducción del jugador fuera y dentro de la cancha. Si no lo logro entonces mi tarea va fracasando. Enamorarse de la vida, pelear cada minuto y como alguien ha sentenciado por ahí, no recuerdo quién, “ser menos imbécil y un poco más feliz”. Por la inteligencia y el coraje ni preguntarse. Con eso se juega al futbol. Esos son mis Diálogos. Incluido no perder nunca la astucia y la originalidad. ¿Recuerda usted los Juegos Olímpicos de México 68? Marcaron un antes y un después. El atleta norteamericano Dick Fosbury ejecutó su salto de altura de forma diferente. Nadie lo había hecho de ese modo. En lugar de encarar el listón como todos lo hacían, de cara, saltó de espaldas. Ganó el oro y la técnica que se utiliza lleva su nombre. Yo era un niño y lo recuerdo perfectamente. Imagínese usted cómo me impresionó. Uso ese ejemplo para que mis pupilos transgredan lo establecido y forjen ideas creativas en el campo de juego. Yo no soy alcahuete. Eso viene de familia. En casa nunca mi padre permitió la trampa o que alguien abusara del más débil. Él era un gran lector. Me contó tantas historias negras alrededor del futbol que cambiaron mi vida. Yo era un adolescente. Pero esas se las contaré otro día porque me abochorno. Yo sí me he equivocado. Con mis errores en el terreno de juego he aprendido a vivir con ética el futbol. Y a amar a los que les gusta echar el bofe por la boca. Eso decía mi entrenador Cárdenas. Rebasar la franja de motivación, no de autocomplacencia. Como el viejo Panochas, en el cuento de Rafael Azcona: “Venga, Panochita, pica el pelotón, y vamos a ajustarle las cuentas al fútbol y a la vida, que así se las ponían a fernandoséptimo”. ¿Cómo ve usted? El cuento se llama “Gol”. Léalo, si no lo conoce. También a Skármeta o a Villoro que está de moda leerlo. A Galeano no se lo recomiendo, ya lo han leído mal suficientemente. He aprendido de ellos que el futbol nos redime de la soledad. Incluso el que es figura siempre ha de estar solo. Es una soledad media dura. Porque se necesitan ciertos momentos privilegiados para pensar y cambiar la vida de forma inesperada. Aunque eso de la soledad es relativa. En el futbol puedes ser una deidad, pero estás solo. Hay que orientar en los jóvenes jugadores esa vocación de deidad con que se juega. Aquel futbol de nuestra infancia se parece cada vez menos a lo que soñamos cuando vemos rodar un balón en la cancha. Pero esas son utopías, dicen luego en la televisión. Yo sólo soy un apaciguador de la pelota. Y con algunas ideas. No como los puntos de vista de Ángel Fernández, ese señor sí que sabía. Hay otros narradores hoy, igual de gritones, pero con vocación frustrada de comentaristas. En eso sí me parezco. Grito mucho desde mi área. Así quiero que me vean mis pupilos del futbol llanero. Uno más que se entrega cada sábado en la liga del Deportivo Molina. Ser del barrio tiene sus privilegios. No hay paparazzis. Los policías morales somos nosotros mismos. Si ganamos todos lo logramos. Si perdemos, también. La única forma de trascender dice la vox populi, es el genio. El año que debuté como entrenador conté a mis pupilos una anécdota. Se la quiero contar desde hace unos minutos. Se la escuché al maestro César Luis Menotti, hace tiempo, en una de sus colaboraciones con José Ramón Fernández. ¿Se acuerda qué buenos programas de análisis se daban hace unos años? Contaba Menotti que Borges lo hizo reír cuando lo conoció. Argentina acababa de ganar la Copa del Mundo del 78 y el autor argentino le dijo: “He leído en varios diarios que ganamos la copa, que se la ganamos a Holanda. Pero no recuerdo haber jugado ese partido, creo que se referían a un equipo argentino que le ganó una final a un holandés”. ¿Se fija? El futbol es asunto de un solo corazón. Un asunto liviano de trescientos latidos por minuto. Le dije antes que solo soy amansador de la pelota. También un nostálgico que llora lágrimas de casta. He vivido de la promesa, como Panochita, sin otra compensación que el placer de jugar y entrenar. Uno se entusiasma cuando la jugada de un nueve o un diez culmina en la portería rival. La moral del equipo está en mis manos cuando el balón rueda. Soy entrenador de futbol llanero desde hace dos décadas. Pero me gusta pensar en mis tareas como un juglar del barrio. A mi edad no es lo máximo que tengo porque aspiro a más. Imagínese que los jugadores de mi equipo son de Tepito, la 20 de noviembre, la Morelos, Valle Gómez y Bondojito. Soy Orlando Bruno Mondragón, entrenador del Atlético Peralvillo. Oriundo de la Gertrudis Sánchez y de oficio vidriero. El Menotti del barrio dicen en el pasillo de vestidores. Y sonrío incómodo, la verdad. Y no es por la sapiencia, no. Es porque como Menotti, también me defino como “un ser incontrolable”. Todos lo saben. También de mi llanto después de la victoria sabatina. No cabe duda, el futbol llanero enraizó mi vida a un campo de juego desde la infancia. Y juego a vivirla en cada partido, apasionantemente. Es un asunto de honor, como enamorar a una dama. Y el balón en el terreno de juego enamora. Claro que sí. Me gusta pensar que el futbol es un asunto de honor.

El Menotti del barrio
El futbol llanero se hace para pasar el rato. Yo siempre le di su importancia. Me presentaba con el mismo optimismo. Era como un oficio o un hábito…