El 23 de septiembre de 1965, un grupo de jóvenes campesinos, maestros y luchadores sociales en Chihuahua decidió enfrentar a los terratenientes y al mal gobierno por la vía armada. Aquella madrugada, en la sierra de Madera, cuando el Partido Revolucionario Institucional (PRI) optaba siempre por la represión, se escribía una de las páginas más importantes de la lucha social en México.
Hoy, a seis décadas de distancia, su entrega al a causa social recuerda que aquella fue una de las tantas luchas que, con el tiempo, abrirían el camino para que en 2018 México eligiera, por fin, un gobierno de izquierda comprometido con la justicia social.
De acuerdo con documentos históricos, el Grupo Popular Guerrillero (GPG), encabezado por figuras como Arturo Gámiz García, Pablo Gómez Ramírez y Salomón Gaytán, nació en un contexto de despojo, desigualdad y silencio oficial. Chihuahua, con sus extensos bosques y tierras codiciadas, había sido desde el porfiriato presa del saqueo extranjero. Los contratos entregados a inversionistas, la explotación maderera y minera sin control y la concentración de tierras en pocas manos generaron un escenario en el que los campesinos se vieron desplazados y reducidos a la miseria.

Los guerrilleros no surgieron de la nada. Antes de tomar las armas, agotaron los caminos pacíficos: marchas, peticiones, reuniones. Pero el Estado les respondió con persecución, cárcel y desprecio. Para ellos, la vía armada se volvió la única salida. Inspirados en la Revolución cubana y en los ideales de justicia de la propia Constitución mexicana, decidieron atacar el cuartel militar de Madera, convencidos de que esa acción sería la chispa que encendería la conciencia popular.

El operativo comenzó con una estrategia audaz, que fue rodear la guarnición y conminar a los soldados a rendirse. Sin embargo, la sorpresa se desvaneció pronto. La respuesta militar fue contundente y, tras poco más de una hora de enfrentamiento, el saldo fue trágico. Se reportaron seis soldados y ocho guerrilleros muertos, entre ellos Arturo Gámiz, uno de los líderes más emblemáticos. Aquella derrota de la guerrilla se convirtió, paradójicamente, en victoria simbólica.

La reacción del gobierno fue brutal. Lejos de otorgar sepultura digna a los caídos, ordenó su inhumación en una fosa común y exhibió sus cuerpos como escarmiento. El gobernador de Chihuahua, Práxedes Giner Durán, que habia participado en la Revolución Mexicana en las fuerzas de Pancho Villa, pronunció una frase que ha quedado grabada en la memoria colectiva: “¿Querían tierra? ¡Denles hasta que se harten!”. Con esas palabras, la élite política priista mostró el desprecio por quienes habían entregado la vida en nombre de los campesinos.
Sin embargo, lo que para el poder fue un intento de apagar el fuego, para la historia fue la chispa de nuevas resistencias. El levantamiento de Madera marcó el inicio de las guerrillas modernas en México. Inspiró a generaciones posteriores de luchadores sociales y alimentó la convicción de que la justicia agraria y la dignidad no se mendigan, se conquistan.

Hoy, seis décadas después, la memoria de Antonio Scobell Gaytán, Arturo y Emilio Gámiz García, Miguel Quiñones Pedroza, Óscar Sandoval Salinas, Pablo Gómez Ramírez, Rafael Martínez Valdivia y Salomón Gaytán Aguirre sigue viva. Sus nombres descansan en una tumba colectiva en el panteón municipal de Ciudad Madera, donde la historia marcó no solo su caída, sino también la falta de humanidad con la que fueron tratados.

Y justo un día antes de cumplirse los 60 años de aquel asalto, la Secretaría de Gobernación publicó en el Diario Oficial de la Federación un decreto histórico: la tumba colectiva de los combatientes fue reconocida oficialmente como Sitio de Memoria. El documento señala que este espacio deberá preservarse como lugar de homenaje, en el que se realicen actos conmemorativos y jornadas culturales de carácter municipal y estatal, con la participación de familiares y organizaciones sociales.
El decreto recuerda que, por órdenes del gobernador Práxedes Giner Durán, los cadáveres de siete combatientes fueron lesionados, exhibidos en un camión maderero por la plaza principal de Ciudad Madera y luego inhumados en fosa común, impidiendo que sus familias pudieran despedirlos con un entierro digno. Ese acto, señalado como una violación a la dignidad humana, forma parte de lo que hoy se busca reparar a través del reconocimiento y la memoria.

Más allá de las armas, lo que reivindican hoy aquellos jóvenes es el derecho a soñar con un Chihuahua más justo. Su lucha, marcada por la tragedia, sembró semillas que germinaron en otros movimientos sociales, en la voz de los campesinos que aún reclaman tierras, en la memoria de quienes denuncian abusos y en las páginas de la historia que recuerdan que el precio de la libertad nunca ha sido bajo.
Lo que vino después…
De ese episodio histórico surgió un referente simbólico que años después sería retomado por la organización guerrillera más importante de la década de los setenta: la Liga Comunista 23 de Septiembre (LC23S). Su propio nombre y su órgano propagandístico, el periódico Madera, se apropiaron de la memoria de aquella gesta en Chihuahua, convirtiendo el sacrificio de los guerrilleros en bandera ideológica.
Fundada el 15 de marzo de 1973 en Guadalajara bajo la iniciativa de Ignacio Arturo Salas Obregón, conocido como “Oseas”, la Liga buscó unificar a los múltiples grupos armados dispersos en el país. Su propósito era claro: construir un frente revolucionario de corte marxista-leninista que organizara al proletariado, destruyera el poder de la burguesía y encaminara a México hacia un gobierno socialista.
El asalto de Madera, aunque fallido en lo militar, fue determinante en lo político. Para los jóvenes que se integraron en los años siguientes, el sacrificio de aquellos guerrilleros fue un llamado a la acción, un recordatorio de que la vía pacífica estaba cerrada y que la represión del Estado contra el movimiento estudiantil y obrero no dejaba otro camino que la insurgencia.
La Liga Comunista 23 de Septiembre operó en gran parte del territorio nacional, con presencia significativa en el norte, occidente y centro del país. Agrupó a organizaciones como Los Procesos, la Brigada Revolucionaria Emiliano Zapata, el Frente Estudiantil Revolucionario, entre otras. La mayoría de sus integrantes eran estudiantes, aunque también incorporaron obreros, campesinos e indígenas, con la convicción de que el estudiantado debía asumirse como parte del proletariado.

Durante una década, la Liga llevó a cabo acciones armadas, impulsó procesos de organización obrera y difundió su pensamiento a través del periódico Madera, que plasmaba un programa político radical en el que se fundían el socialismo científico y la lucha armada. Sin embargo, la represión del Estado, la falta de dirección política y las crisis internas llevaron a su debilitamiento. En 1981, tras la captura de sus principales dirigentes, comenzó la desintegración que culminó en 1983 con su disolución definitiva.