En el marco de la tensión económica entre Estados Unidos y México, una pregunta persiste con fuerza: ¿qué buscaba exactamente Estados Unidos de México para que, al no conseguirlo, se impusieran medidas tan drásticas como los aranceles? Esta situación no solo revela las dinámicas comerciales internacionales, sino que también destapa una serie de factores políticos y económicos que influyen en el poder global de los países.
Veamos paso a paso. En primer lugar, la imposición de aranceles por parte de la administración de Donald Trump parece ser la respuesta ante una serie de políticas que México, bajo el gobierno de la izquierda, ha implementado de manera más firme. Aunque Trump ha sido claro en sus ataques a México, los elementos de la ecuación permanecen poco analizados. México, como potencia emergente, en los últimos seis años no ha cedido a las presiones de un modelo económico que Estados Unidos ha impulsado durante décadas: el capitalismo neoliberal, donde las relaciones comerciales se guían por los intereses de las grandes corporaciones y las políticas de máxima rentabilidad.
Segundo, más allá de la simple imposición de aranceles, lo que está en juego es una cuestión de soberanía política y económica. México, bajo la administración actual, ha optado por caminos distintos. Al centrarse en fortalecer su mercado interno, en garantizar mayores sueldos y, sobre todo, en no ceder a las imposiciones de un sistema que le ha sido históricamente adverso, está enviando un mensaje claro al Tío Sam: no hay subordinación a los intereses extranjeros. Sin embargo, esa postura desafiante contra las imposiciones de un poder económico como el de los Estados Unidos parece ser la chispa que desencadenó el enfrentamiento.
Trump, por su parte, no ha ocultado su irritación frente al giro ideológico y político que México ha tomado en los últimos años. El avance hacia una economía más autónoma, la revalorización del bienestar social y la inversión en proyectos internos, son medidas que trastocan los intereses de un sistema global que basa su poder en la explotación de mercados periféricos.
Uno de los puntos álgidos que ha causado la irritación en la Casa Blanca tiene que ver con la lucha contra el crimen organizado y el tráfico de fentanilo. A pesar de los esfuerzos visibles de México en este ámbito, se percibe que el gobierno de Trump ha intentado forzar a México a un nivel de cooperación que va más allá de lo diplomático, pidiendo un alineamiento más estrecho con sus políticas internas.
En otras palabras, lo que parece que Estados Unidos esperaba es una completa subordinación de México, como sucedía con los gobiernos del PRIAN, donde no solo se cede en temas de seguridad, sino también en los aspectos económicos y sociales.
Es significativo también cómo se resalta que México ha mantenido su postura de respeto a la soberanía, rechazando cualquier intento de intervención o imposición de políticas de Estados Unidos en su territorio. La insistencia en que “somos naciones iguales” y que no hay justificación para la imposición de aranceles, más allá de la retórica diplomática, refleja un grito de resistencia ante un modelo capitalista feroz. México, un país que está intentando escapar de las garras del neoliberalismo, ahora se enfrenta a un poder que ha sido históricamente dueño de las reglas del juego global.
Lo que se está jugando aquí no es solo una disputa económica. Es también una guerra de ideologías. México, al ser gobernado por un partido de izquierda, se enfrenta a una ofensiva directa contra su modelo económico emergente, que busca restaurar el papel del Estado en la economía, la regulación social y la justicia distributiva. Este es un acto de resistencia contra la fuerza bruta del capitalismo global que Trump representa. Pero en el fondo, lo que está sucediendo es una lucha por el control de las narrativas económicas y políticas de la región.
Pero también es importante destacar el contexto de la postura que México adopta. En un mundo cada vez más interconectado, los sectores productivos mexicanos se ven profundamente afectados por las medidas de Estados Unidos. El incremento de los precios y la paralización de la creación de empleos son solo algunos de los efectos de las tarifas arancelarias. Pero lo que queda claro es que Estados Unidos no está dispuesto a permitir que un vecino se desmarque de sus intereses sin pagar las consecuencias. Este no es solo un conflicto entre gobiernos, es un reflejo de las luchas internas que suceden dentro del capitalismo global: México, al resistir, está mostrando que es posible un camino alternativo.
La postura de México no es solo una reacción ante la imposición de aranceles, sino también una reafirmación de su soberanía. El gobierno mexicano ha optado por responder con medidas arancelarias y no arancelarias, y su llamado a la unidad nacional es más que un simple mensaje político; es una convocatoria a enfrentar la adversidad juntos, con un sentimiento de cohesión ante la agresión externa. Es evidente que México no solo tiene que lidiar con las imposiciones de Trump, sino también con las presiones internas de un sistema capitalista que sigue forjando las relaciones de poder en todo el mundo.
El domingo se ha convocado a una megaconcentración popular para anunciar cómo será la defensa de México ante ataque de Estados Unidos, en medio de algo que queda claro: no se puede seguir siendo amigo de un “amigo” que te traiciona y golpea.
La cuestión, entonces, es qué sucederá después de esta confrontación. ¿Se fortalecerá el tejido social mexicano, que ahora se ve como una fuerza de resistencia ante los embates del capitalismo global, o se incrementará la fractura entre los intereses nacionales y las presiones internacionales? Lo que está claro es que México está eligiendo un camino de resistencia, un camino que será largo y complicado, pero que podría transformar las dinámicas de poder en la región. Al tiempo.