Hay mujeres que dominan el arte de la presencia, y luego está María Eugenia Campos Galván, quien ha perfeccionado, como si de una danza ancestral se tratara, el arte de la ausencia justificada. Porque no es que no quiera estar —nos dicen—, sino que no puede. Primero fue una cirugía misteriosa, luego una falla de logística digna de una comedia de enredos. Si las paredes del Palacio de Gobierno hablaran, se morirían de risa… o de vergüenza.
Ya van dos veces en menos de lo que tarda una planta en florecer que la gobernadora de Chihuahua promete asistir a un evento encabezado por la presidenta Claudia Sheinbaum y, como por arte de magia, desaparece del programa. Ni rastros, ni saludos, ni siquiera una flor enviada con la cortesía que solía tener la aristocracia venida a menos. Aparentemente, la gobernadora prefiere dejar vacía su silla antes que dar la cara en momentos clave. ¿Problemas de salud? Vaya, el cuerpo es sabio. ¿Problemas de logística? Pues más sabio aún: se rehúsa a moverse donde no quiere estar.
El primer desplante ocurrió el 9 de marzo. En el corazón del Zócalo capitalino, Claudia Sheinbaum reunió a la flor y nata del poder público para sellar la unidad y el compromiso con la soberanía nacional. Gobernadoras y gobernadores llegaron con sus mejores trajes y discursos pulidos. Maru, en cambio, se quedó en casa. Dicen que se operó ese día, pero nadie sabía nada hasta que el comunicado oficial, horas después, lo anunció con un aire de “por cierto”. Qué oportuno el bisturí.
Ahora, la escena se repite. Esta vez en su propia casa, en Chihuahua, en lo más profundo de la Sierra Tarahumara, donde Sheinbaum entregó títulos de propiedad a comunidades indígenas. Un acto simbólico, profundo, cargado de historia, justicia y deuda social. Y una vez más, Maru, la ausente. No fue una cirugía, esta vez el villano fue “un problema logístico». Imaginen ustedes: no poder llegar a un evento federal en el propio estado que se gobierna. Sería tragicómico, si no fuera que se trata de pueblos que llevan décadas esperando certeza sobre su tierra.
Claro que, desde Palacio, se apresuraron a decir que no hay fractura con la Federación. ¡Dios nos libre de sugerir una desavenencia política! Todo es armonía, dijeron, mientras el silencio de la gobernadora rugía más fuerte que cualquier declaración. Porque no asistir a un evento de esta magnitud, en un estado con tanta deuda histórica con sus pueblos originarios, no es una omisión casual. Es una postura. Una de esas decisiones que no se escriben en los comunicados, pero que gritan entre líneas.
Y mientras Sheinbaum camina la sierra, escucha a la gente, entrega escrituras y promete inversión social, Maru se convierte en una sombra elegante que esquiva compromisos. No sabemos si se trata de orgullo herido, cálculo político o simple descortesía institucional. Lo que sí sabemos es que dos ausencias en momentos cruciales dibujan un patrón. No estar cuando hay que estar también es una forma de gobernar… o de no hacerlo.
El problema con el arte de la ausencia es que, tarde o temprano, alguien más ocupa tu lugar. Y en política, como en la vida, quien no aparece en la foto, no cuenta en la historia.
Así que aquí estamos, viendo a la presidenta consolidar su proyecto en cada rincón del país, mientras la gobernadora de Chihuahua practica el noble deporte del no-show con un estoicismo casi admirable. Quizá en algún rincón del estado se esté escribiendo un nuevo manual de protocolo: “Cómo quedar bien sin estar presente”, edición limitada, prólogo por Maru Campos.
Y si no, al menos nos queda el consuelo de saber que en Chihuahua hay algo que sí nunca falla: la excusa del día.