La marcha del 25N dejó claro algo que muchos intuían, pero pocos habían dicho en voz alta: el feminismo mexicano está defendiéndose de un intento de cooptación política. Los contingentes que caminaron hacia el Zócalo no solo denunciaron la violencia estructural que mata a 10 mujeres al día y deja impunes la mayoría de los casos; también marcaron distancia de un fenómeno más reciente y silencioso: el intento de la derecha —o como se le rebautizó, el PRIAN o Marea Rosa— de montarse sobre la rabia legítima de las mujeres para convertirla en plataforma electoral.
Cuando las manifestantes advirtieron que “nuestra trinchera es la izquierda” y que no marchan con la “demagogia libertaria” que en días pasados tomó calles y carreteras, lo que hicieron fue trazar una línea sobre el suelo político. Una raya gruesa, visible, urgente. Porque no es casualidad que el país esté presenciando paros, cierres carreteros, coordenadas repetidas, narrativas idénticas. Hay estrategia. Hay estructura. Hay intención de desgaste.
La llamada Generación Z política —ese grupo juvenil que irrumpió con fuerza digital y callejera— parecía en un inicio un músculo nuevo, genuino, pero algo en el trayecto se torció. Su agenda empezó a sonar más a consigna elaborada en despacho opositor que a grito espontáneo. La estética permanece, el glitter persiste, pero el fondo se ha ido alineando lentamente con la Marea Rosa y con el viejo orden que la mayoría de jóvenes asegura detestar. Al final, PRIAN y Marea Rosa son el mismo hilo con distinto disfraz.
Las feministas que marcharon este 25N lo entendieron antes que nadie: no permitirán que su lucha —histórica, sangrada, costosa— sea convertida en combustible electoral de quienes nunca pelearon por ellas. Advirtieron que los conservadores buscan derribar al gobierno para reinstalar políticas reaccionarias; no es teoría, es precedente. Ocurrió en otros países. Ocurre cada vez que un movimiento legítimo es infiltrado desde adentro.
Por eso es vital que la ciudadanía vea lo que está pasando. No son hechos aislados los bloqueos, los paros, los discursos gemelos. La derecha encontró una llave emocional y está probando girarla. Si la rabia de las mujeres es usada como palanca electoral, México retrocederá décadas en derechos. Las marchas del 25N no solo exigieron justicia. Nos adviertieron de alguna manera del intento de secuestro político de toda una generación.
Hoy más que nunca, el país debe mirar con atención. No todo lo que parece indignación es revolución. Y no toda consigna con glitter es libertad.

