Deshacer el mundo: El discurso inerte
de los países hegemónicos
La humanidad no sólo no ha avanzado hacia el reino de la libertad,
hacia la plenitud de la ilustración, sino que más bien retrocede
y se hunde en un nuevo género de barbarie.
Adorno y Horkheimer
(La dialéctica de la ilustración)
Para el filósofo, psicoanalista y crítico social esloveno Slavoj Žižek (2005), la era ideológica llegó a su fin con el cambio de milenio. Desde el año 2000, ya nadie se pregunta si gobernará la izquierda o la derecha; la verdadera preocupación es si lograremos sobrevivir como humanidad. Nos encontramos, por tanto, en una era postideológica.
Si analizamos el cine, podemos observar cómo la mayoría de las películas giran en torno a la inminente destrucción del mundo. Basta con echar un vistazo a las sagas de cómics de Marvel (Iron Man, Spider-Man, Thor, Avengers) o DC Comics (Superman, Justice League, Batman). El núcleo ideológico está subordinado a la idea de salvar el mundo, como lo estuvieron antes otras producciones como Armageddon (1998). Parece que la lógica no cambia.
Nada más cercano a la realidad. El recién electo presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha afirmado que el cambio climático no es lo que dicen, mientras abole pactos internacionales sobre la preservación del medio ambiente e inicia conflictos bélicos. Esto parece dar la razón a la preocupación latente expresada por Hollywood, aunque, en muchos casos, estas producciones no sean más que un intento de limpiar sus conciencias.
Los críticos de la Escuela de Frankfurt ya manifestaron esta inquietud hace tiempo, pero ahora adquiere una alarmante vigencia: el futuro es hoy.
En este contexto, encontramos una excelsa letra escrita en los años noventa por los entonces jóvenes y revolucionarios Héroes del Silencio, liderados por el multifacético Enrique Bunbury. Su música representa un llamado a deshacer el mundo para empezar a recomponerlo, a dejar de lado la indiferencia y escuchar las señales inequívocas de la madre naturaleza.
Empezar porque si
Y acabar no sé cuando
Los astros no están más lejos
Que los hombres que trato
(Bunbury, Valdivia, Cardiel, & Andreu, 1995)
En ese contexto, se nos plantea la necesidad de actuar de inmediato, ante la inminencia de no poder seguir esperando. Se lanza un llamado a la acción urgente, sin fecha de caducidad. No sabemos cuándo habremos de terminar, pero es impostergable comenzar ya.
Se señala además la creciente distancia entre las masas; los seres humanos parecen cada vez más alejados de sí mismos, atrapados en el individualismo, incapaces de percibir aquello tan evidente que podría llevarlos a su exterminio. Parecen tan distantes como los astros que nos iluminan, igualmente inalcanzables.
Regresamos a la barbarie. La sociedad industrializada y “iluminada” avanza a pasos agigantados hacia una involución, hacia regresiones tan insospechadas como inquietantes.
Repito otras voces
Que siento como mías
Y se encierran en mi cuerpo
Con rumor de mar gruesa
(Bunbury, Valdivia, Cardiel, & Andreu, 1995)
Cuando esas voces, aparentemente lejanas para la mayoría, dejan de ser el pensamiento de un pequeño círculo, surge una identificación con quienes prevén una catástrofe, y esa voz se convierte en una sola, aunque parezca un clamor en el desierto. Esa voz, lacerante, llama a deshacer el mundo para reconstruirlo, pero mientras cobra claridad, el mundo parece haberse quedado sordo. ¿Cuántas veces hemos pensado en algo que ya había sido pensado? Tal parece que ese pensamiento fuera nuestro propio, donde surge una sinergia necesaria o una chispa adecuada para encender el fuego que modifique la praxis. No basta con dejar hacer y dejar pasar: esas voces coincidentes que nos aturden deben traducirse en una praxis distinta, en no ser ajenos a los problemas que nos conducen a nuestra propia autodestrucción.
Te he dicho que no mires atrás
Porque el cielo no es tuyo
Y hay que empezar despacio
A deshacer el mundo
(Bunbury, Valdivia, Cardiel, & Andreu, 1995)
Quienes se identifican con esta voz no deben prestar atención al discurso hegemónico que habla pero no actúa; escucharlo es regresar a la inacción. El planeta no pertenece a nadie, pero es responsabilidad de todos. Sin embargo, parece que ser el único ser pensante en este hábitat es precisamente lo que nos llevará a la destrucción como especie.
Existe una ambivalencia en comenzar lentamente a deshacer el mundo: parece necesario volver a la barbarie, resetearnos y empezar desde cero. A este punto hemos llegado; el ser humano sabe que está acabando con el único lugar donde puede subsistir, pero no parece creerlo del todo, y esto se manifiesta constantemente.
Tal parece que los memes, ahora tan virales en redes sociales, son el único mecanismo de evasión, liberándonos de la culpa de no actuar. En ellos, se expone en tono satírico que solo un meteorito podría recomponer el planeta. Mientras eso alivia nuestra culpa, la Tierra continúa su camino hacia la destrucción, sin necesidad de que llegue una roca gigante del cielo para reiniciar ese bucle de tiempo que permita comenzar de nuevo.
La música me abre secretos
Que ahora están dentro de mí
Al final después de todo
No somos tan distintos
(Bunbury, Valdivia, Cardiel, & Andreu, 1995)
La música es el conducto que permite introducirse primero en el inconsciente del sujeto, para que, poco a poco, vaya emergiendo hacia la conciencia, a medida que se eliminan las resistencias propias de la psique. Paralelamente, se da cuenta de que, tal vez, la música sea el camino más adecuado para llevar el mensaje a la masa; sin embargo, la deja en inacción ante la adversidad, ante el cruel disfraz que cubre a la sociedad. No hay una gran diferencia: es un método que le permite sublimar sus pulsiones para conservar la conciencia tranquila. Si algo le toca, ya lo ha hecho: hace música con mensaje para limpiar y purificar su conciencia, llevándola a un estado de catarsis, sin ser tan distinto como el resto.
Un oasis en desierto
Donde queda la paciencia
Ponme fuera del alcance
Del bostezo universal
Nos veremos en el exilio
O en una celda
(Bunbury, Valdivia, Cardiel, & Andreu, 1995)
El sujeto simbólico de esta majestuosa melodía pronto vuelve a la lucha, decidido a actuar con voluntad, sintiendo mitigados sus miedos. Quisiera estar fuera del bostezo en el que se ha sumido la humanidad, quizá ya un sueño eterno del cual no quieren despertar. No encuentra el eco esperado, como tampoco lo hallaron los precursores de la escuela de Frankfurt. Ha decidido emprender la aventura, aunque quizá termine preso o refugiado en alguna nación. La conciencia ha despertado. Tal vez la distopía sea en realidad lo que realmente se persigue, y no la utopía lo que nos hace caminar.
Ponme fuera del reposo
En mi historia personal
Soy un ave rapaz
¡Mirad mis alas!
(Bunbury, Valdivia, Cardiel, & Andreu, 1995)
Se habla a sí mismo para reflejarse fuera de la inactividad que se ha propuesto; ha decidido no someter su yo al ideal del yo de la muchedumbre, de la misma humanidad.
Finalmente, hace referencia a la vulnerabilidad de la humanidad, una sociedad autodestructiva y sin ánimo de repensarse. Son aves rapaces que, todo lo tocado por sus manos, lo descomponen, lo hacen trizas y siguen volando; una suerte de Rey Midas. Más tarde que temprano, quizá demasiado tarde, entenderán la mentira que se oculta bajo la seductora apariencia del oro.
El discurso oficial hoy en día dice una cosa mientras actúa al contrario; son aves rapaces. Hay otros que incluso han dejado caer las máscaras y se niegan a observar lo que es tan visible. Cada vez seguimos caminando en una regresión constante hacia la barbarie. Solo existen destellos de conciencia, donde la ideología ya no es de gobiernos, sino que se encamina a preguntarse si habremos de sobrevivir como humanidad.