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Del misil al amén: Geopolítica bipolar en la era Trump

Por momentos, el presidente Donald Trump parece más un personaje salido de una tragicomedia que el comandante en jefe de la mayor potencia militar del planeta. Sus posturas en política exterior son tan volátiles que desconciertan a aliados, descolocan a sus adversarios y hacen tambalear la idea misma de una estrategia coherente en el tablero […]

El vaivén emocional y la pulsión del papel protagónico

Por Fernanda Dorantes / 25 de junio de 2025

Por momentos, el presidente Donald Trump parece más un personaje salido de una tragicomedia que el comandante en jefe de la mayor potencia militar del planeta. Sus posturas en política exterior son tan volátiles que desconciertan a aliados, descolocan a sus adversarios y hacen tambalear la idea misma de una estrategia coherente en el tablero global. Esta semana, el mundo ha sido testigo, una vez más, de su errática conducta: amenazas, bombardeos, pactos de paz improvisados y bendiciones, todo en cuestión de días.

Hace apenas unos días, Trump anunciaba —a través de su vocera Karoline Leavitt— que tomaría dos semanas para decidir si intervenía militarmente contra Irán. Lo hacía invocando una “posibilidad sustancial de negociaciones”. Pero la promesa de contención se rompió en menos de 48 horas. El sábado, sin previo aviso, Estados Unidos lanzó un ataque aéreo contra tres instalaciones nucleares iraníes, en Fordo, Natanz e Isfahán. El mensaje fue claro: la diplomacia no duró ni lo que dura un tuit del presidente.

Luego, como si se tratara de una saga escrita en tiempo real por un guionista sobrecargado de cafeína, Irán respondió con un ataque contra bases estadounidenses en Qatar. Aunque los daños fueron menores, el riesgo de una escalada generalizada era inminente. Sin embargo, en cuestión de horas, Trump se convirtió en apóstol de la paz. Anunció el final de lo que él mismo bautizó como “La Guerra de los 12 Días”, celebrando un alto al fuego entre Israel e Irán y declarando con su acostumbrada grandilocuencia que “Dios bendiga a Israel, Dios bendiga a Irán, Dios bendiga al mundo”.

Las contradicciones no solo son evidentes, son peligrosas. El mismo presidente que acusó a Irán de ser “el Estado patrocinador del terror número uno del mundo” bendice, días después, a ese mismo país por su “resistencia e inteligencia” al pactar la paz. ¿Qué cambió en 48 horas? ¿Qué análisis estratégico puede justificar un giro tan dramático? Ninguno. Solo el vaivén emocional y la pulsión de protagonismo de un líder que opera a base de impulsos.

Pero la historia no terminó ahí. En su más reciente arrebato, Trump ha volteado su mirada hacia Europa y ha amenazado, ahora, a España. En el marco de la Cumbre de la OTAN en La Haya, el presidente estadounidense lanzó duras críticas al gobierno de Pedro Sánchez por negarse a elevar su gasto militar al cinco por ciento del PIB, como exige su nuevo dogma de alianza. España, dijo, es “terrible” y “el único país que se niega a pagar”. Y como castigo, prometió represalias económicas: “Lo devolverán con el comercio”.

Trump no es un estadista. Es un psicópata de la geopolítica: actúa por impulsos, responde con amenazas, se contradice sin pudor y no reconoce límites más allá de su propio ego. Un día es el arquitecto de la paz en Medio Oriente, al siguiente el justiciero nuclear y al otro, el cobrador agresivo de la OTAN.

El peligro de tener a un líder así no es solo para quienes son blanco de sus ataques, sino para la estabilidad del orden internacional. Mientras los conflictos globales exigen diplomacia, paciencia y visión a largo plazo, Trump ofrece espectáculo, improvisación y un caos perfectamente manufacturado desde el Despacho Oval.

En este contexto, cada tuit, cada rueda de prensa y cada declaración televisada no son simples momentos de comunicación presidencial, sino episodios de una política exterior que ha dejado de responder a los intereses estratégicos de Estados Unidos para servir, exclusivamente, al narcisismo de su líder.

España, Irán, Israel, el mundo entero: todos están en la ruleta emocional de Trump. Nadie sabe en qué casilla caerá mañana. Solo una cosa parece segura: no hay coherencia, no hay principios, y definitivamente, no hay paz duradera bajo esta lógica errática de poder.

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