Nuestra sociedad occidental contemporánea, a pesar de su progreso material, intelectual
y po lítico, ayuda cada vez menos a la salud mental y tiende a socavar la seguridad interior,
la felicidad, la razón y la capacidad para el amor del individuo; tiende a convertirlo en un autómata que paga por su frustración como ser humano con trastornos mentales crecientes
y una desesperación que se oculta bajo un frenético afán de trabajo y supuestos placeres.
Aldous Leonard Huxley
Es, para gran parte del mundo, bien sabido que uno de los comienzos más hermosos de la literatura universal proviene de la novela El extranjero (2016) del Nobel de Literatura Albert Camus, un referente mundial. Su trama, centrada en lo absurdo, según muchos biógrafos y literatos que han interpretado su obra, radica en que el protagonista se siente extranjero en su propio país. Camus también se rebelaba ante una sociedad que quizá nunca logró comprender, una sociedad basada en lo absurdo, donde lo distópico es la constante.
El álbum de la trenza, en una edición especial de la artista chilena Mon Laferte, incluyó cuatro composiciones adicionales. En él encontramos una joya musical que refleja lo absurdo que puede resultar para la compositora la vida cotidiana y expone el lado cruel al que la sociedad condena a muchas mujeres. La pieza Vendaval posee una infinidad de interpretaciones: es polivalente y logra imprimir una gran intensidad.
He esperado tanto, tanto, tanto tiempo
Buscando un amor
Un pedacito de fruta, un trocito
De algún corazón
(Laferte, 2017, pista 13)
La letra deja al descubierto cómo la inclemencia del tiempo no logra descifrar aquello más parecido a la felicidad. Expone que la búsqueda del amor sigue siendo tan variada y ambigua como las teorías platónicas implícitas en El banquete: parece inalcanzable, incapaz de controlar siquiera una mínima parte, un pedacito, de aquello que los románticos han situado en el órgano del corazón.
Existe, pues, una manifestación de hartazgo ante la búsqueda de la felicidad en el amor. Pero el amor siempre es exterior, semejante a buscar respuestas en la misma sociedad que ha llevado a ese estado lacónico.
“Hoy ha muerto mamá. O quizá ayer. No lo sé” (Camus, 2010). Así de absurdo, de intrascendente, resulta buscar respuestas en un órgano enquistado como poseedor y alimentador de sentimientos, cuya función es otra. Buscar en la cultura una respuesta a la violencia que ella misma genera —violencia de género, de roles, de etnias, simbólica y enmascarada bajo los más insospechados fetiches— es, también, parte de lo absurdo.
Yo necesito amar
A quien me quiera de verdad
Tal vez sea involuntario
como un espasmo sicario, un vendaval
(Laferte, 2017, pista 13)
Aparece de nuevo la resistencia, la oposición a dejarse llevar por el carácter masoquista heredado de la cultura latinoamericana. Muestra el cansancio de ocupar el espacio de un objeto; quizá, de forma inconsciente, así se había percibido: no como sujeto, sino como complemento del hombre, del saint-homme. Si la formación del yo ideal se determina por las circunstancias que nos legó Hollywood —manifiestas en muchas sociedades—, se deduce que esas pulsiones, aunque involuntarias, emanan de lo más profundo del ser y se vertebran por esa lógica arraigada.
Sin embargo, el ser humano no aprende solo en la infancia; las caídas constantes y la experiencia otorgan sabiduría permanente. Por ello, las cicatrices, presentes en las producciones musicales anteriores de Mon Laferte, han generado cambios en sus propios paradigmas y, por ende, una modificación intrínseca en sus manifestaciones inconscientes. Así, las pulsiones pueden transformarse en una fuerza más consolidada, en una energía que antes parecía reducida y que ahora juega un papel más preponderante.
Como la vida y la muerte
Como quien no se arrepiente de perder
Una gota de piedad
Para esta tempestad que llevo dentro
(Laferte, 2017, pista 13)
Se expone aquí el juego constante entre las pulsiones de Eros y Tánatos, la tensión entre vida y muerte, entre los estados a los que estos sentimientos la transportan. Sabe, con claridad, que perder o caer forma parte de la vida misma; de ello se aprende. Como dijo el músico argentino Gustavo Cerati, “poder decir adiós es crecer” (2006). Aunque aún pide piedad, la marejada de pulsiones se ha vuelto un tsunami de emociones que busca comprender.
Hay tanto ruido allá afuera
Me siento como una extranjera en mi ciudad
Si yo no me conociera
Juraría que estoy algo mal
(Laferte, 2017, pista 13)
Esta es la cúspide de la letra, donde alcanza su mayor resonancia: el ruido exterior, lo que ha naturalizado, encuentra un punto en el que se hace necesario repensarse.
Mon Laferte adapta de forma excepcional el existencialismo de Camus a una condición cuya génesis es paralela: un reflejo de diversos momentos y circunstancias. Ese vendaval es propio de cada quien, resultado de una formación cuya genealogía difiere del deseo original. El deseo, también, es insertado, provocado; no nace como tal, sino como consecuencia de lo que los demás exigen del ser, que debía ser único e individual.
Vendaval es la metáfora que nos encierra a todos: una vorágine de pulsiones, impulsos e instintos, cuyo compás —lento, sereno, raudo o veloz— marca la constante de nuestro paso por la vida.
Este Vendaval presenta a Mon Laferte repensándose, deconstruyendo su identidad creada y erigiéndose como artífice y arquitecta de otra Norma. Porque, como lo expone Juan Gabriel en la serie recién estrenada en Netflix, Alberto Aguilera y Juan Gabriel son seres distintos, aunque inseparables. Así podemos entender que Norma Monserrat inventa a Laferte para repensarse frente a la cultura, para hallar un refugio desde el cual proyectar sus sentimientos y pensamientos mediante el arte de la música y una lírica que permite a muchas mujeres identificarse y repensarse a sí mismas.

