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Del Congreso al set de “Ventaneando”: el PRIAN elige a su nueva vocera

Hay algo profundamente tragicómico en el espectáculo actual de la derecha mexicana. Mientras la Cuarta Transformación avanza con paso firme hacia una reforma judicial que promete democratizar al último bastión del privilegio —el Poder Judicial—, los empresarios del viejo régimen, sus voceros y sus estrellas mediáticas montan una campaña desesperada que parece sacada del archivo […]

La campaña orquestada por el evasor fiscal Ricardo Salinas Pliego

Por Antonio F. Schroeder / 20 de mayo de 2025

Hay algo profundamente tragicómico en el espectáculo actual de la derecha mexicana. Mientras la Cuarta Transformación avanza con paso firme hacia una reforma judicial que promete democratizar al último bastión del privilegio —el Poder Judicial—, los empresarios del viejo régimen, sus voceros y sus estrellas mediáticas montan una campaña desesperada que parece sacada del archivo de TV Azteca… o de una comedia involuntaria protagonizada por Martha Higareda.

Ricardo Salinas Pliego, el magnate de voz engolada y ego inflado, ha decidido que el pueblo no debe participar en la elección de jueces. ¿Por qué? Porque cuando el pueblo entra al poder, los privilegios tiemblan. Y el suyo, como el de otros millonarios de la plutocracia criolla, depende de un sistema judicial que lo ha protegido con esmero y le ha permitido evadir, con toda la cortesía de toga y birrete, más de 34 mil millones de pesos en impuestos. Para Salinas, la justicia solo es justa cuando absuelve a los poderosos.

El berrinche del dueño de Elektra es doble: no solo perdió el favor presidencial de López Obrador, que alguna vez lo contempló como “empresario nacionalista”, sino que ahora también ve cómo la nueva presidenta, Claudia Sheinbaum, no solo exige que pague lo que debe, sino que avanza hacia un modelo de justicia más cercano al pueblo que a los despachos de abogados de lujo. Así que ha hecho lo que mejor sabe hacer, que no es otra cosa que usar a sus empleados como voceros de su enojo.

Ahí está Paty Chapoy, transformada de periodista de espectáculos en profeta de la democracia tutelada, pidiendo, desde un canal que ya no ve ni el algoritmo de YouTube, que no votemos. Y Martha Higareda, que confunde ficción con política, nos insta desde sus redes a desconfiar de la participación popular, como si la historia de este país no hubiera sido escrita por el pueblo que insiste en dignificarse, una y otra vez, a pesar de los intentos por infantilizarlo.

La derecha, sin ideas ni decencia, ha decidido que la mejor estrategia es sabotear el proceso democrático. En lugar de ofrecer una alternativa, una propuesta real, nos ofrece influencers, nostalgia por el autoritarismo y miedo al cambio. La mentira, el chantaje, el embuste, ese es el arsenal con el que pretenden combatir una transformación legítima. Lo llaman “defensa de la democracia”, pero es solo defensa de sus intereses.

¿En qué momento una televisora que hace años perdió el pulso de la nación se convirtió en trinchera de resistencia conservadora? ¿En qué momento los opinadores de lujo y las actrices de anécdotas imposibles pasaron a ser portavoces del viejo régimen? Cuando el PAN y el PRI se quedaron sin ideas, recurrieron al espectáculo. Y hoy, su capital político se resume en nombres como Claudio X. González, a quien ya nadie sigue fuera de la burbuja empresarial, y en campañas que, lejos de indignar, generan memes.

Pero que no se confundan, el pueblo mexicano no es ingenuo. Ya no le cree a quienes lo humillaron, lo saquearon, lo despreciaron. El México de hoy no es el mismo que permitió fraudes, ni el que se tragó el cuento del “peligro para México” en 2006. Ese cuento ya aburre. Y la izquierda, pese a sus errores, ha demostrado que se puede gobernar con dignidad y sin genuflexión ante el capital.

Ricardo Salinas puede seguir viajando en yate, rodeado de aduladores. Puede seguir amenazando en redes y ordenando a sus voceros disfrazar su miedo de patriotismo. Pero los tiempos han cambiado. México ya no es ese patio trasero donde los ricos mandan y los pobres callan. Hoy es una nación despierta que exige justicia fiscal, participación popular y un nuevo pacto entre ciudadanía y poder.

Y por más que le duela a los empresarios de la vieja guardia, los jueces del pueblo no serán elegidos por tuiteros o conductores de espectáculos, sino por las urnas, por las voces que durante siglos fueron silenciadas. Eso no es populismo, es democracia. Aunque a Salinas Pliego y sus marionetas les cueste aceptarlo.

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