En 2021, la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez (UACJ) difundió el ensayo histórico‑periodístico “Una breve historia musical de Ciudad Juárez”, firmado por el periodista Servando Pineda. A partir de entrevistas y fuentes orales —Raúl Balderrama, Cayetano López, Luis Maguregui, entre otros—, el autor propuso una lectura cronológica “totalmente arbitraria” de la música juarense, útil “solo para ordenar la narración” (Pineda 2021). Lejos de la erudición musicológica exhaustiva, el texto dibuja cinco grandes etapas donde la frontera se explica a ritmo de vals, rock o hip‑hop.
1) Periodo romántico (a finales del siglo XIX y primera década de 1910)
Los salones de baile se llenaban de valses, polkas y mazurcas. Pineda respalda esta atmósfera con el disco‑catálogo Joyas de la Música Chihuahuense (Gobierno de Chihuahua, 2015), donde Raúl Balderrama rescata partituras de Arturo Tolentino y Francisco Moure. De ellos salieron Ojos de juventud y Julia, grabadas en Ciudad de México, Nueva York y Los Ángeles entre 1921 y 1930.
Balderrama subraya que Moure dedicó Julia a la taquillera Julia Quevedo del Teatro Colón, en El Paso: “Mientras que su polka Calle Siete la escribe también del lado texano” (Balderrama 2015). Tolentino, avecindado en Juárez hasta 1954, alternaba viajes a Parral y Chihuahua capital, donde compuso el foxtrot Alma parralense.
2) Ley Seca y la guerra (1920‑década de 1970)
Con la Prohibición en Estados Unidos, Juárez devino “urbe cosmopolita” de cabarets, restaurantes y grandes orquestas. Según Carmona, los table dance atendían a camioneros y soldados del Fuerte Bliss: “Se podía apreciar a cientos de soldados estadounidenses embriagados… contrataban mariachis y conjuntos norteños” (Carmona 2015). La oferta musical se profesionalizó en 1945 con la Banda Infantil Municipal del maestro José Rodríguez Herrera. “De esa banda surgirían grandes músicos como Manny García y Luis Márquez” (Gutiérrez 2002). El boom fue tal que, a finales de los cincuenta, la ciudad albergaba mil 800 músicos y recibía hasta 400 mil visitantes al año (Olivas 2014).
3) Maquila, rock and roll y cumbia (décadas de 1960‑1980)
La industria maquiladora coincidió con la irrupción del rock y la expansión de la cumbia. El guitarrista‑cronista Luis Maguregui indica que la cumbia prendió “porque es muy fácil de tocar y de bailar” (Maguregui 2017), lo cual casaba con salones como el Malibú donde convivían obreros y turistas. El mismo Maguregui recuerda la ola rocanrolera: Seven Teens, Night Twisters, Little Kings, Starlighters y Los Chijuas, estos últimos instalados en la capital mexicana para grabar covers en español e inglés.
Paralelamente, la música norteña mantenía arraigo en las cantinas de avenida Juárez y calle Vicente Guerrero, con acordeón, bajo sexto y tololoche como estandartes.
4) Liberación y latinoamericanismo (década de 1970‑principios de 1990)
La fiebre disco y las modernas discotheques convivieron con una contracultura hispanoamericana que respondió al “avasallante estilo norteamericano” (Pineda 2021). Grupos como Libertad América, Romerías y el Cuarteto Universitario incorporaron charango y quena, mientras el propio Maguregui integraba El Silencio, banda que prefería sintetizadores y la nueva trova de Silvio Rodríguez. De este periodo emerge, con luz propia, Juan Gabriel: icono pop cuya trayectoria Pineda reconoce como capítulo aparte.
5) La nueva ola fronteriza (2000‑presente)
Tras la violencia de la década de 2010, la música asumió un papel de reparación social. La UACJ consolidó su Orquesta Sinfónica —primero con Carlos García Ruiz, después con Guillermo Quezada— y un Festival de Ópera en el Desierto. Organizaciones civiles como Ccompaz desplegaron orquestas juveniles en colonias precarias. En el terreno alternativo, la Nueva Ola Fronteriza —Airek, Flower Drive y Pájaro Sin Alas— propone “psicodelia sin límites” para jóvenes que, en palabras de Rodolfo Ramos, “no se identifican plenamente con lo mexicano ni con lo gringo” (Chaparro 2013).