Irene fue la primera en ordenar —como debe ser— y pidió, para iniciar, la ensalada Rosa Negra, que incluía un mix de lechugas, aderezo de mostaza, palmitos enteros, fresas y arándanos deshidratados, cacahuate garapiñado, tiritas de zanahoria y queso de cabra natural.
Yo quise experimentar y pedí una ensalada de jengibre, compuesta por una mezcla de lechugas, eneldo, jengibre, aderezo de eneldo y trozos de nuez.
De plato fuerte, Irene optó por unos tacos de langosta Rosarito (frijoles, aguacate, salsa de chipotle y cebolla encurtida); yo le entré a unos mini tacos de arrachera —eran ocho y llevaban guacamole, chicharrón y cilantro—.
Cuando nos trajeron los platillos, pedimos al mesero dos platitos porque decidimos poner todo al centro y compartir.
Sabores únicos y exquisitos… toda una celebración culinaria.
Le dije a Irene:
—Gracias por la cena, estuvo chingona.
—Esta es la tercera vez que vengo a este restaurante… ¡Me encanta!
La cena se extendió durante 40 minutos. Charlamos sobre cosas personales: cuáles eran mis gustos en general, mis rutinas… ella me preguntó sobre mi familia y sobre aspectos de mi derrame cerebral. Yo le pedí que me resumiera su vida y qué carrera había estudiado.
Me confesó que cursó Historia del Arte y una maestría en Letras Mexicanas; que su papá era uno de los directivos de la editorial transnacional donde trabaja y que ella se encarga de las relaciones públicas de la misma en todo México. (O sea, que yo había caído en blandito).
Luego agregó: “Ya te había echado el ojo en la Feria del Libro de Monterrey y en un Encuentro Internacional de Escritores Lunas de Octubre, realizado en Cabo San Lucas”.
El capitán de meseros se acercó con el carrito de postres; el mesero retiró los platos y despejó la mesa.
—Miguel Ángel, te recomiendo la Esfera de Chocolate; es para compartir. Trae chocolate Valrhona, helado de dulce de leche y vainilla, frutos rojos, caramelo caliente, crema batida y nueces… Está deliciosa.
—No se diga más… ¡pídela!
La tal esfera resultó una obra de arte; la combinación de sabores y texturas me sorprendió.
Parecíamos dos enamorados, armados de dos cucharillas, compartiendo pura dulzura. Terminamos con el postre.
—¿Pido otra botella?
—Yo estoy satisfecho… si quieres, pide una copa para ti.
Irene ordenó una copa de un cabernet de 180 pesos; yo, un café descafeinado.
(Recuerdo a detalle todo lo que sucedió esa noche).
De pronto, Irene dijo:
—¿Qué has pensado? ¿Aceptas trabajar para nosotros?
—Suena muy atractivo, pero necesito más información… Nunca he hecho nada parecido.
—Has sido jurado en varios premios literarios a nivel nacional; es algo parecido. Se trata de que hagas una selección de los manuscritos que te enviemos. Serías el primer filtro para que se publique una novela bajo nuestro sello editorial. Te advierto: vas a leer mucha basura y muchos mamotretos… ya te acostumbrarás a detectarlos con la regla de leer las 20 cuartillas iniciales, 10 del medio y 15 del final. Ese método no falla. Primero se hace una preselección; luego, de esas novelas, haces otra selección y, sobre ellas, un dictamen.
—Mucha responsabilidad… decidir si una novela es chafa o buena.
—Así es este negocio. No te angusties: una buena novela se abre camino solita… y tú sabes de eso. Lo viviste con tu novela.
—¿Y si conozco a alguno de los autores?
—Los originales que recibirás no tendrán el nombre del escritor. No sabrás quién los escribió; así cuidamos la imparcialidad.
—Eso está muy bien.

