En Ciudad Juárez, los días antes y después del 20 de noviembre de 1910 no tenían aún el estruendo de la Revolución, pero sí su respiración contenida. Y fue en esta región, donde el movimiento cambió la historia del país. Desde un año antes, el fervor antirreeleccionista que Francisco I. Madero encendía en el país ya había prendido en esta frontera.
En 1909 surgió el club “Benito Juárez”, donde la oposición encontró un cauce, y desde cuyas páginas del semanario El grito del pueblo Abraham González comenzó a sembrar ideas incómodas: el sufragio verdaderamente popular, el voto femenino, la exigencia de un país capaz de imaginar otra democracia. Casi al mismo tiempo, en el mismo territorio, otro club hacía contrapeso: el “Melchor Ocampo”, de corte reyista, que apoyaba al Partido Democrático y a la figura de Bernardo Reyes.
De acuerdo con varios libros de historia y algunas biografías de Francisco I. Madero, como El padre de la democracia, de Felipe Ávila (Debate, 2024), para enero de 1910, Madero volvió a Juárez por tercera vez. Llegó acompañado de Abraham González y de Roque Estrada, su segundo orador, y entre el 14 y el 19 desplegó una actividad frenética: reuniones, discursos, organización. Buscaba cimentar el Partido Antirreeleccionista en un territorio clave.
Ese impulso no se apagó ni siquiera cuando las elecciones de junio desataron protestas reprimidas por los jefes políticos locales, ni cuando él mismo fue encarcelado y obligado a huir. Al contrario: la fuga aceleró algo que ya crecía con fuerza. Desde San Antonio, el 5 de octubre, lanzó el Plan de San Luis y convocó a la insurrección para el 20 de noviembre.
En Chihuahua, la mecha prendió antes de tiempo. A mediados de noviembre ya se habían levantado en armas Toribio Ortega en Cuchillo Parado, Abraham González en Ojinaga, Francisco Villa en San Andrés y Pascual Orozco en Guerrero. Ese despertar empujó al gobierno federal a mover batallones y rurales hacia el norte, dejando otras regiones descobijadas. Y aun así, en la línea entre El Paso y Ciudad Juárez reinaba una calma tensa.
Santiago Portilla apunta en Una sociedad en armas, (El Colegio de México, México, 1995) que el cónsul estadounidense reportó el 22 de noviembre que no había desórdenes ni levantamientos, aunque los trenes empezaban a sufrir por el movimiento revolucionario que avanzaba desde otros rincones del estado.
Los días previos al 20 fueron inciertos. El 14 de noviembre, Toribio Ortega se adelantó en Ojinaga, pero evitó la batalla; después, ya en Cuchillo Parado, él y sus hombres fueron sorprendidos por las fuerzas federales. Mientras tanto, Madero entró a México por el Valle de Juárez rumbo a Casas Grandes. Allí enfrentó al Ejército federal, pero fue derrotado: una fotografía tomada en la Hacienda de San Diego registra su mano vendada, herida por una esquirla de bala o granada.
En medio del repliegue, Pascual Orozco se unió a Madero en Casas Grandes. Tras la derrota, huyeron juntos y se les sugirió refugiarse en Ciudad Juárez. Llegaron a un punto seguro: el rancho Flores, la hoy conocida Casa de Adobe. Esa llegada, silenciosa aún en noviembre, sería la antesala de lo que entre abril y mayo de 1911 marcaría la historia de la frontera: la Toma de Juárez encabezada por Villa y Orozco.
Así se vivieron esos días en Juárez, una ciudad que parecía quieta, pero sostenida por corrientes subterráneas que pronto la colocarían en el centro del mapa de la Revolución.

