En relación con el discurso académico filosófico, que se remite constantemente a sí mismo, Nietzsche presenta la frontera exterior. Por supuesto, toda una línea de la filosofía occidental puede encontrarse en Nietzsche. Platón, Spinoza, los filósofos del siglo XVIII, Hegel… todo esto pasa por él. Y, sin embargo, en relación a la filosofía, hay en Nietzsche una tosquedad, una rusticidad, una exterioridad, una especie de naturaleza propia del campesino de las montañas que le permite, encogiéndose de hombros, y sin parecer de ninguna manera ridículo, decir con una fuerza que uno apenas puede ignorar: << ¡Vamos! Todo esto no son más que chorradas>>.
Focault
¿A quién carajos se le ocurrió estructurar el comportamiento del hombre?
Es una pregunta que muchos, por lo menos, hemos pensado, si no es que la hemos hecho a alguna de las personas con las que convivimos en nuestro diario transcurrir por la vida, en las filosóficas tardes de borrachera o en las típicas mesas de café. Pareciera que lo más exquisito nos fue prohibido, y lo venimos prohibiendo sin saber por qué lo hacemos. Ya Oscar Wilde lo diría poéticamente a través de Dorian Gray: que la única manera de poder abandonar la tentación era ceder a ella; y con esto no hace sino legitimar la moral de la cual fue un ferviente luchador.
Esas costumbres que no nos consta ¿de dónde o cuándo surgieron?, ¿cómo se propusieron? o ¿a qué necesidad obedecen?
Como lo expresó el multicitado filósofo alemán Schopenhauer en el Volumen II de su obra máxima, se ha heredado del maestro el atrevimiento de hablar de cosas que no entienden (2016); o, en otras palabras, hemos tomado como mandatos aquello que los estructuradores sociales han dicho que se debe y no se debe hacer para el buen funcionar de una sociedad civilizada.
En los años de juventud de los ibéricos jóvenes motejados bajo el bello nombre de Héroes del Silencio, dieron a conocer una melodía que, en su publicitación —al menos en México— se dio en un disco que vio la luz en años posteriores a su separación.
Aquel material que lleva por nombre Rarezas aún es posible encontrarlo en las cada vez más mermadas y escasas casas de música, precisamente haciendo alegoría a que las versiones mostradas se configuraban distintas o inéditas; y ahora, sin duda, en las diversas plataformas digitales de música que han suplido, por el transcurrir del tiempo, aquellas joyas impresas en diversos formatos auditivos.
En este material, Babel, el tema que nos atañe tratar de interpretar bajo la lupa de la moral de Nietzsche —también surgida de una obra monumental en una arqueología de la temática y traducida como La genealogía de la moral— nos adentra anunciándonos la imposición de las costumbres, como lejos de tratar de remediar, tratan de castigar las acciones que algunos han determinado deben ser punibles, ya sea de manera legal o de manera moral, pero que, conforme cambian los tiempos, se van modificando en diversas áreas, sean sociales, jurídicas, eclesiásticas y demás.
Alguien jodió las calles
Con prohibiciones de higiene mental
(Bunbury, Valdivia, Cardiel, & Andreu, 1995)
Y, como comienza este breve ensayo, volvemos a preguntarnos una y otra vez: ¿quién fue, quien, con ínsulas de grandeza, pasó a prohibirnos lo más natural que tenemos en la vida? ¿Quién nos dijo cómo se viviría y cómo teníamos que comportarnos ante las circunstancias del día a día? En simples palabras: nos han educado para obedecer sin preguntar siquiera por qué debo de tener dificultades en la vejiga antes de miccionar en la vía pública, o por qué tenemos que ocultar tras los harapos la majestuosidad del cuerpo humano.
La moral, o los juicios de valor que solemos hacer de todo nuestro actuar en el escenario de la vida, nos han traído todas aquellas represiones que comúnmente tenemos, y que posteriormente se manifiestan a través de los sueños (Freud, 1991) o bajo las más insospechadas formas.
Aquellos a quienes no conocimos, sino mediante su legado, son los que nos marcaron la diferencia entre las razas, entre las naciones, entre las posiciones que jugaremos dentro de la sociedad —o eres proletario o eres dueño de los medios de producción—; en fin, fueron ellos quienes separaron los colores y fabricaron las casillas que hemos de ocupar (1995).
¿Cómo hemos caído en la trampa de la moral?
Esa moral comprada con el dinero de los grandes empresarios. Pues, como podemos observar en el patrullaje diario de los municipios, a los únicos que levanta o “detiene” la camper (lenguaje comprendido por los lugareños hasta hace algunos años), es a quienes en su aspecto son víctimas del sistema, a aquellos que en su vestir no pueden adquirir ropaje de marca o utensilios que les permitan mantener impecable esa cabellera o esa barba marcada y aceitada con productos para hacerla brillar y suavizar el vello facial. O bien, a todos aquellos que, en búsqueda de la felicidad, la dicha y el confort, ahogan en alcohol las penas que trae consigo la cotidianidad de la vida: esa terapia intrínseca, donde lo reprimido encuentra un desahogo a los malestares de la cultura.
La Biblia hace referencia a las grandes manifestaciones de poderío, a aquellos festines ofrecidos por los reyes y los grandes potentados de la época. ¿Quién no conoce aquella ocasión donde el Mesías, al ver que se terminó la bebida etílica, pidió unas vasijas llenas de agua y, con un bibidi babidi boo, convirtió aquella agua en vino con tal de seguir el festín celebrado? (2009).
Lo que no hemos comprendido es cómo andar en estado etílico en las calles es penado y se hace acreedor a una infracción al mando de policía y buen gobierno, mientras las empresas cerveceras terminan con el agua y producen cantidades incalculables por hora de este delicioso y preciado líquido. Entonces, ¿quién nos da el tabaco (otro de los grandes males de la sociedad por la inmensa cantidad de enfermedades que causa) y el vino agrio para entretenernos? (1995).
Es una verdadera falacia que el gobierno esté preocupado por la salud de los habitantes de un país. Llevamos ya décadas en los primeros lugares de obesidad infantil, mientras en la mayoría de las instituciones educativas no existía una voluntad de cambiar los hábitos alimenticios de los menores que asisten a ellas, pues les ofrecen comida chatarra para su alimentación. Y si le agregamos la necesidad de los padres de trabajar para las empresas y sucursales empleadoras —aquellas que disfrazan la esclavitud en las horas donde laboran las personas y en los precarios salarios—, la niñez mexicana está condenada a comer lo que hay en el lugar que lo encuentre.
El aumento a los impuestos para el tabaco y el alcohol, cuya elevación ha sido excesiva, no obedece a programas de prevención, sino a intereses meramente recaudatorios, de quienes dicen representar los intereses que rebasan la lógica común.
Mientras los potentados tienen a la mano las satisfacciones que les han hecho desear, los más deliciosos manjares, lo cual nos trae a la memoria aquella canción de los zaragozanos, que cita en referencia a la poca voluntad de los gobernantes de cambiar:
Europa se aburre / balbucea en vez de hablar / y debería parar de fabricar sus tinieblas (1995).
Refiriendo de nueva cuenta las santas escrituras, universalmente conocidas a lo largo y ancho del orbe, evoquemos cómo en el libro del Génesis, en su capítulo XI (2009), se describe la situación antropológica (por llamarle de alguna manera), donde se marcan las diferencias raciales y, con ello, todo lo derivado de esta misma: la naturalización de sucesos que, aún sin someter a un proceso de compresión, seguimos reproduciendo cual bucle de tiempo, como la creación de aquella edificación engendradora de los nacionalismos, la cual dejaría de lado las similitudes y ponderaría la confusión de los lenguajes para marcar los territorios a ocupar, según Jehová lo hizo porque en la Tierra solo existía un lenguaje y unas mismas palabras. ¡Vaya sinrazón tan metafórica!
Es preciso abordar el tema, pues esta torre da nombre a la canción, y lo que se desprende de la misma nos otorga elementos para especular sobre algunas otras ideas subyacentes de la melodía, y así llevar a la palestra estas discusiones, en apariencia, baladís.
Así pues, tenemos una sociedad desorientada, acostumbrada a marcar diferencias, a distinguir entre lo bueno y lo malo, juicios de valor que Nietzsche destaca entre lo blanco y lo negro como prejuicios (2016). En la sociedad actual, se manifiesta de manera recurrente al hablar entre las razas y los estereotipos tan férreamente arraigados en el ardid popular, y no se diga ahora en las redes sociales, con todo aquello que hacen llamar funable, pero que sigue estando ferozmente arraigado en el inconsciente de nuestra sociedad, que parece no querer mutar hacia otras lógicas.
En este mundo globalizado, neoliberal, pareciera que todo encuentra una lógica subyacente, aquel mensaje cifrado que, ideológicamente, enmascara los más perversos pensamientos del hombre: quienes nos mandatan qué y cómo pensar, cómo consumir y comprar, o dicho al estilo de la agrupación zaragozana: los que nos enseñan la doctrina / la sabiduría que no nos quita la sed (1995)…
Quizás lo que les falte saber a los estructuradores sociales es, precisamente, que el homo homini lupus (Freud, 1985), el ser humano por naturaleza, sacará al animal que trae consigo, por lo que el Estado debe abandonar la difícil tarea de tratar de replegar en sí mismo al hombre; debe dejar de tratar de hacer del hombre un ser domesticado (Nietzsche, 2016).
La libertad se torna un tanto difícil de lograr: seríamos libres siempre y cuando retornáramos a la eticidad de la costumbre, anterior a la historia universal —quizá no por nada Borges titularía una de sus grandes obras bajo el bello nombre de Historia universal de la infamia (1995)—, con la auténtica y decisiva historia primordial que ha sugerido y fijado el carácter de la humanidad (Nietzsche, 2016). Hasta entonces, alcanzaremos esa condena legada de que el hombre está condenado a ser libre (Sartre, 2009).
Mientras, seguiremos pensando en una libertad que nos condena a obedecer, a simular, a dejar de ser quienes somos en realidad; nos condenará a utilizar la máscara de tragedia o de goce que, a cada instante, nos determinará la vida para usar.
Cuando la libertad avance al mundo libertario, entonces es cuando dejaremos la paradoja de criar a un animal al que le es lícito hacer promesas (Nietzsche, 2016).
Los legisladores han hecho de su trabajo un circo, no comprenden la magnitud de las acciones llevadas a cabo. El amparo mexicano es una fiel muestra de la tragedia del sistema jurídico: un historial lleno de infamias y calamidades; es el juicio encausador o reivindicatorio de la falta de preparación de los jueces, de sus arbitrariedades. Mismos que excusan su actuar precario y su falta de profesionalismo en las instancias creadas para subsanar sus errores. No por nada, una frase se popularizó en México, cuando en realidad se debería cuidar cómo se ejerce la ley, y no cómo se podrá enmendar: Cuando una ley es injusta, lo correcto es desobedecerla.
Los legisladores crean leyes inútiles e inoperantes; esto hace de su trabajo una analogía de lo que hacen ellos de las leyes: un espejo que muestra su falta de compromiso puesto en sus manos por la voluntad popular.