Un día que revisaba unos exámenes un águila aterrizó en el árbol de mi ventana. Nunca había visto uno tan cerca. Por un instante pude contemplar sus ojos negros y su cuerpo marrón. La escena me recordó a los poemas de José Emilio Pacheco. En ese tiempo ubicaba sus textos en los exámenes por su cualidad reflexiva. Incluía escritos sobre pulpos, cangrejos, elefantes, cotorros, arañas, sapos, búhos, monos, mosquitos, grillos, leones. Desde la primera vez que lo leí, la poesía de Pacheco me ha parecido un zoológico sin jaulas, pero también, una invitación a salir de ellas, pues le gustaba personificar, por ejemplo, a un mono, para darnos una idea de cómo podrían vernos. Por lo tanto, esa mañana me pregunté cómo Pacheco llevaría la imagen del águila frente a la ventana al texto. Sería una voz sencilla, sin adjetivos, capaz de representar el momento.
Días más tarde entré al edificio y vi que habían pegado papel gris en las ventanas. No pregunté cuál era la razón. Sin embargo, seguí yendo a ese edificio a trabajar porque era exclusivo para maestros, colaboradores y casi no había gente. Además, había un plato con fruta, aire acondicionado y un baño cerca.
Una vez, a mitad del semestre, escribí el siguiente texto en un examen:
He cometido un error fatal
—y lo peor de todo
es que no sé cuál.
Lo único que tenían que hacer era contestar si era un poema. Al terminar la mayoría me dijo que había puesto que no, que cómo eso era poesía. Podían entender los textos de animales y ciudades, pero un pensamiento común y corriente era otra cosa muy diferente. Ese día mi explicación fue repetir las instrucciones: Lee los siguientes poemas sacados del libro de poesía No me preguntes cómo pasa el tiempo y contesta las preguntas. No quedaron muy convencidos, y se fueron preocupados por su calificación. De haber tenido más tiempo, hubiera dicho lo contrario: no es un poema por ser parte de un libro de poesía, sino porque se detiene en algo tan cotidiano, tan similar a la forma en la que hablamos que pasa desapercibido. Por lo tanto, está bien pensar que no es un poema como los otros. Pero que no sea un poema como los otros no significa que no tenga lo necesario para ser poesía. Lo que importa es darle una segunda leída para ver qué más se esconde en el texto. Porque el hallazgo del autor fue ese, ver ahí donde nadie más se había atrevido a ver.
Más tarde, al revisar los exámenes, me di cuenta de que había manera de abrir la ventana de mi cubículo. Batallé en recorrerla porque estaba atascada. Era una ventana pequeña y alargada a la que también habían pegado papel gris. Una vez que la deslicé toda pude ver los árboles, los tendederos de los vecinos, los edificios en construcción y las montañas. La vista tal como antes. Sin embargo, ahora era diferente, como si hubiera hecho algo prohibido. A partir de ese día hice lo mismo. A veces escuchaba la música del personal de mantenimiento. Otras, me concentraba en sus conversaciones. No volví a ver el águila.
No entraré en la prepa ahora en agosto. Después de un par de años, una parte de mí cree que es necesario un descanso; la otra piensa que he cometido un error fatal.
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Alejandro Andonie Guzmán (Monterrey, Nuevo León, México, 1994). No ha obtenido premios ni becas ni menciones honoríficas. Está por terminar un libro y empezar a escribir otro. Quizás el mismo.