Álvaro García Linera, exvicepresidente de Bolivia, sociólogo y uno de los pensadores más lúcidos del progresismo latinoamericano, ha vuelto a poner el dedo en la llaga con un artículo publicado este 16 de agosto en La Jornada titulado “¿Por qué la izquierda y el progresismo pierden elecciones?”. En el texto, el autor desmonta los argumentos fáciles y plantea que, al final, las derrotas no se deben a factores externos, sino a errores internos de gestión.
Desde el inicio, García Linera aclara que no se trata de culpar a enemigos imaginarios ni a la ingratitud popular: “Las izquierdas y progresismos en gobierno no pierden elecciones por los trolls de las redes sociales. Tampoco porque las derechas son más violentas ni mucho menos porque el pueblo que fue beneficiado por políticas sociales es ingrato”. Para él, la raíz es otra, mucho más profunda y autocrítica.
El artículo explica que las redes sociales, aunque contribuyen a la polarización, no generan de la nada climas de opinión; su impacto requiere previamente un malestar social extendido. “Las batallas políticas en las redes no crean de la nada ambientes políticoculturales expansivos en las clases populares mayoritarias. (…) Su influencia requiere previamente la existencia social de un malestar generalizado, de una disponibilidad colectiva al desapego y rechazo a posiciones progresistas”.
Ese malestar, sostiene, se alimenta cuando los gobiernos progresistas cometen fallas graves en la economía. Y ahí García Linera es contundente: “Un gobierno progresista o de izquierdas pierde en las elecciones por sus errores políticos. Y estos errores pueden ser múltiples. Pero hay una falla que unifica a los demás. El error en la gestión económica al tomar decisiones que golpean los bolsillos de la gran mayoría de sus seguidores”.
Para sostener su argumento, recurre a ejemplos concretos. En Brasil, recuerda, el ajuste fiscal de 2015 bajo Dilma Rousseff erosionó el respaldo popular y abrió la puerta al golpe parlamentario de 2016. En Argentina, señala que el peronismo cayó en 2023 debido a la inflación desbordada: “Hay una frontera histórica que, tras ser sobrepasada, da lugar a una licuefacción de lealtades políticas populares que los lanza a aferrarse a cualquier propuesta, por muy aterradora que sea”. Y en Bolivia, acusa directamente a la gestión de Luis Arce: “Con una inflación de alimentos básicos que bordea el 100%, la falta de combustible (…) y un dólar real que ha duplicado su precio frente a la moneda boliviana, no es extraño que el proceso de transformación democrática más profundo del continente pierda dos tercios de su votación popular”.
El texto también aborda las tensiones internas de los movimientos progresistas, como en Bolivia, donde García Linera describe la pugna entre Evo Morales y Luis Arce como “un miserable fratricidio” que no solo destruye una economía, sino también un proyecto histórico.
Más allá de los ejemplos, el artículo busca extraer una lección estructural: el progresismo triunfó en el inicio del siglo XXI porque ofreció redistribución de la riqueza y democratización de derechos. Pero hoy enfrenta el límite de sus logros iniciales. “El progresismo y las izquierdas están condenadas a avanzar si quieren permanecer. Quedarse quietos es perder”, advierte García Linera.
La propuesta que esboza es clara: se necesita una nueva ola de reformas, una “segunda generación” que consolide lo logrado y construya una base productiva amplia, con participación tanto del sector estatal como privado, campesino y popular, que garantice redistribución duradera. De lo contrario, serán las derechas quienes se apropien del discurso del cambio.
El cierre es una advertencia y una invitación al mismo tiempo. Si el progresismo quiere seguir siendo protagonista, no basta con defender lo conquistado: “Está obligado a abalanzarse sobre un porvenir reinventado audazmente con más igualdad y democracia económica”.
En suma, García Linera no escribe desde el pesimismo, sino desde la convicción de que aún hay un camino posible. Pero la clave, insiste, está en no repetir errores y en atreverse a reinventar el horizonte.
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