La denuncia presentada por Julian Assange contra la Fundación Nobel no puede leerse como un gesto aislado ni como una simple disputa legal. Se trata de una advertencia política de alto calibre que pone sobre la mesa una acusación inquietante. Estados Unidos estaría utilizando uno de los símbolos más reconocidos de la paz mundial como un instrumento funcional a su maquinaria de guerra y de injerencia internacional.
El Premio Nobel de la Paz nació con un mandato claro establecido por Alfred Nobel. Reconocer a quienes trabajaran por la fraternidad entre las naciones, la reducción de los ejércitos y la promoción activa de la paz. Cuando ese espíritu se pervierte y el galardón termina respaldando agendas de confrontación, el premio deja de ser un símbolo moral y se convierte en una herramienta de poder. Eso es lo que Assange denuncia con contundencia.
María Corina Machado ha llamado a Estados Unidos a subir el nivel de injerencismo contra su país, y Trump lo está aprovechando.
La acusación apunta a un uso político del Nobel para legitimar operaciones que favorecen la escalada de tensiones, particularmente en América Latina. No es una novedad histórica. Estados Unidos ha recurrido durante décadas a mecanismos aparentemente nobles para justificar presiones económicas, desestabilización interna y amenazas militares en la región. El Nobel, en este contexto, funciona como una máscara respetable para una estrategia profundamente agresiva.
El escenario se vuelve aún más peligroso cuando se observa quién encabeza esa política exterior. Donald Trump ha demostrado una conducta errática, impulsiva y obsesionada con la confrontación. Su manera de ejercer el poder ha estado marcada por la descalificación, la amenaza y la fuerza como único lenguaje.
No es exagerado advertir rasgos preocupantes en su comportamiento político, ni señalar el riesgo que implica dejar en manos de un liderazgo así decisiones que pueden arrastrar a regiones enteras al conflicto.
Venezuela es hoy el punto más sensible de esa tensión. No resulta casual que Rusia, a través de Vladimir Putin, haya salido a respaldar abiertamente al gobierno venezolano. Ese respaldo es una señal clara de que el conflicto ha dejado de ser un asunto interno o regional y comienza a insertarse en una disputa geopolítica de alcance global.
Recordemos que cuando las grandes potencias entran en escena, la posibilidad de una escalada internacional deja de ser una hipótesis lejana.
América Latina debe mantenerse alerta. La historia de la región está marcada por intervenciones que comenzaron con discursos morales y terminaron en tragedias sociales. Assange no habla desde la especulación, sino desde el conocimiento profundo de cómo operan los engranajes del poder global.
Convertir un premio de paz en una herramienta imperial no solo traiciona su origen, también empuja al mundo hacia un escenario de confrontación innecesaria y peligrosa. Ignorar esa advertencia sería un error histórico.

