A la hora de pagar saqué mi tarjeta, pero Irene me paró en seco.
-Te dije que la editorial invitaba la cena.
Sacó una tarjeta, le solicitó al capitán una factura y le dijo que si nos podía pedir un taxi.
Eran las doce de la noche y la CDMX lucia genial desde mi ventanilla. Irene hizo en el trayecto a mi hotel dos llamadas personales.
Yo iba pensando en la propuesta.
Llegamos.
-¿Cuándo te devuelves a tu tierra, Miguel Ángel?
-Mi avión sale a las 8 de la noche mañana.
-¿Vas a tener todo el día libre? Si quieres vengo a la una por ti para irnos a comer algo y me digas tu decisión… ¿O tienes planes para mañana?
-Quiero recorrer la feria y comprar algunos libros.
-Entonces nos podríamos encontrar en el stand 235 de la editorial… Ahí en ese pasillo hay una cafetería. Ahí platicamos.
-Sí… ahí te veo a la una.
-Que pases una buena noche… y la piensas bien. Es un trabajo perfecto para ti.
Nos despedimos en el lobby.
Esa noche casi no dormí, pensando en el trabajo que me habían ofrecido.
Mi preocupación era que no tengo una ortografía perfecta. Aunque soy escritor tengo fallitas. Lo único a mi favor es que me encanta leer y tenía todo el tiempo del mundo, y me la pasaba en la milonga, pues estoy pensionado por la embolia… Y una entrada de dinero a mis arcas no me caería nada mal.
Al siguiente día, me di vuelo en el bufet de Plaza Mayor (restaurant del hotel). Después, lento como un caracol, me encaminé al Zócalo. En el camino me topé con la sombrerería Tardan (una copia del paraíso para mi)… Y me compré un Fedora Walton: tardé tanto que casi me da la una de la tarde probándome sombreros (mi debilidad). Di un tarjetazo por dos mil 375 pesos y salí en chinga a la feria que estaba brincando la calle.
Ríos de gente por los pasillos de stands de librerías y editoriales independientes, raras, patito, de renombre y transnacionales.
Llegué barrido con Irene, pues mi andar es lento. Cada paso que doy tengo que fijarme donde piso y vigilar en donde apoyo mi bastón de cuatro puntos (patitas).
El stand 235, que comandaba Irene, era enorme y tenía un foro para las presentaciones de sus novedades editoriales.
Me saludó de beso en la mejilla.
-Que padre tu sombrero.
-Lo acabo de comprar aquí enfrente.
-Miguel Ángel, para que no camines, platicamos aquí en el foro y mandó por dos cafés… ¿Quieres alguna galleta o una rebanada de pie? Te recomiendo uno de queso con bluebarry.
-Nada más un café negro grande, con dos de azúcar… si hay mascabado mejor. (Me puse mis moños).
Me encaminó al foro y luego se fue a pedirle a uno de sus colaboradores que nos consiguiera dos cafés.
Volvió y se sentó al lado mío.
-No voy aceptar un ¡NO!
-Te tengo que confesar algo… Antes de mandar mi novela, a las editoriales, un amigo me la corrigió… Tenía varios “horrores” ortográficos.
-No te mortifiques, tu trabajo nada más es leer y elaborar un pequeño dictamen… a favor o en contra de la posible publicación. Eso de las comas y acentos es tarea de los editores o correctores de estilo… En cada dictamen tú debes informarnos de la calidad del manuscrito, si tiene una trama sólida, personajes definidos, desarrollo coherente, originalidad y, lo más importante, si tiene potencial comercial. De hecho, ya tenemos un machote (cuestionario) que nada más llenarías.
-Si es así como lo pintas y me tienes confianza… ¡Acepto!
-Sabía que podía contar contigo, Miguel Ángel.
Terminamos el café e Irene dijo:
-Te dejo para que sigas disfrutando la feria y tu compra de libros.
-Pues nada más miraré; me quedé sin fondos por culpa del sombrero.
-Ni modo. Oye tienes que volver la semana que entra; tu vuelo, el hospedaje y los viáticos, correrán por cuenta de la editorial.

