En el panorama editorial independiente, Typotaller y Proyecto Jacaranda han construido un espacio que combina oficio, sensibilidad y una apuesta constante por el trabajo bien hecho. Detrás de ambas iniciativas se encuentran Lily Preciado y Marlene Zertuche, dos creadoras que, desde frentes complementarios, han tejido un proyecto que celebra el diseño, la edición y la visibilización del trabajo de mujeres en el mundo editorial.
Lily es diseñadora de formación y, a lo largo de su trayectoria, ha colaborado en diversos proyectos editoriales. Recientemente concluyó su Maestría en Diseño y Producción Editorial en la Universidad Autónoma Metropolitana, consolidando así una preparación que se refleja en cada libro que interviene.
Marlene estudió Letras Hispánicas y desde hace dos décadas está vinculada al mundo editorial como revisora y editora. También escribe poesía —ha publicado varios libros, algunos en México y uno en Dinamarca— y lee tanto como su trabajo se lo permite. Además, imparte talleres de creación literaria, una labor que, intuye, se refleja cada vez más en su oficio de editora.
Poetripiados entrevistó a Zertruche. A continuación te presentamos el resultado de esa conversación.
¿Cuándo y cómo fue el momento en que decidieron que era necesario crear un espacio donde las mujeres escribieran sin pedir permiso?
Cuando iniciamos Typotaller, no lo hicimos pensando explícitamente en crear un espacio para mujeres. Comenzamos como una pequeña agencia de servicios editoriales, trabajando publicaciones para terceros: libros académicos, científicos, revistas y también proyectos de autores que optaban por la autopublicación. A los pocos meses surgieron oportunidades de coeditar con una editorial independiente de Guadalajara y luego con un instituto de cultura del norte del país. Aceptamos esas colaboraciones con la ilusión de incursionar en el mundo de la edición independiente y de construir un catálogo propio con autoras y autores que nos entusiasmaran.

Debo confesar que al principio no teníamos una noción del todo clara de lo que implicaba esta apuesta. Pero ese modelo de coedición (que con el tiempo se extendió a colaboraciones con más instituciones y secretarías de cultura) nos permitió conocer de cerca el ecosistema editorial independiente mexicano, sus problemáticas y también a colegas de otros estados con los que compartíamos afinidades y escalas económicas similares.
Conforme fuimos publicando títulos y observando lo que hacían otros proyectos, comenzamos a preguntarnos cómo queríamos hacer las cosas nosotras. Siempre hemos tenido un diálogo constante sobre nuestras decisiones y sobre la manera en que queremos actuar dentro de este oficio. Esa reflexión, más que un método, se ha convertido en una regla de vida, nos regimos por nuestros tiempos y nuestros principios.
Pasados algunos años, nos dimos cuenta de que nuestro catálogo estaba compuesto mayoritariamente por voces masculinas. Sin pretender adoptar un feminismo militante, decidimos, simplemente, abrir más espacios a las autoras que admiramos y cuya obra aporta al panorama literario actual. Así comenzamos a publicar a más mujeres que escriben sin pedir permiso, como tú planteas.
Este año, por ejemplo, de nuestras cuatro novedades, tres pertenecen a autoras. Carmen Villoro, con No estás tú para saberlo, un libro inclasificable que va de la crónica, al microrrelato y a la prosa poética, donde el humor y la sabiduría se hermanan con lo cotidiano. Mercedes Alvarado, con Para sobrevivir al domingo, poemas en una voz íntima y honesta que narra la experiencia amorosa desde la vulnerabilidad y la lucidez. Y Sidharta Ochoa, con La ilusión de la ligereza, un conjunto de cuentos que escarban en los grandes temas humanos (la muerte, la culpa, la pérdida) y muestra cómo los traumas familiares y los secretos moldean nuestras identidades.
Estas tres autoras encarnan, de distintas formas, eso que entendemos por escribir sin pedir permiso; mujeres que toman su derecho decir desde una madurez que mira la vida con otras alturas, que escriben del amor, del cuerpo, de la memoria, de la sombra humana.
En un panorama editorial aún dominado por voces masculinas, ¿qué significa hoy publicar desde una mirada feminista o con perspectiva de género?
Intentaré responder sin extremismos, porque negar que hoy existen ciertos avances en el panorama editorial sería injusto. Hemos ganado espacios, sin duda, aunque aún persisten muchas desigualdades que nos afectan no sólo a las editoras, sino también a las escritoras, diseñadoras, ilustradoras, bibliotecarias, promotoras de lectura y gestoras culturales, en fin, a las mujeres.
Nosotras no publicamos desde una mirada feminista entendida como una postura de privilegio o ventaja. No buscamos ser favorecidas por el hecho de ser mujeres, sino que aspiramos a un trato equitativo, a que se reconozca que nuestro trabajo tiene el mismo valor y la misma seriedad que el de cualquier otro editor.
Aún así, las diferencias se notan. Todavía es común ver que las instituciones públicas pactan primero coediciones o eventos con editoriales encabezadas por hombres, o que los puestos de decisión en el ámbito del libro siguen ocupados mayoritariamente por ellos. Pero más allá de cumplir con cuotas de género, lo verdaderamente importante sería que las mujeres que van alcanzando lugares de poder, donde se pueden tomar decisiones, no reproduzcan las mismas prácticas machistas que tanto hemos criticado.
En Typotaller tratamos de ejercer la igualdad a través de nuestra forma de trabajar. Nos regimos por principios éticos muy claros, cuidamos a nuestros autores, a nuestros colaboradores (correctores, diseñadores, ilustradores, impresores), cuidamos nuestras relaciones con colegas editores, tratamos de colaborar colectivamente siempre que podemos y cumplimos con lo que prometemos. Pagamos regalías, acompañamos los libros durante todo el tiempo que esté vigente el contrato, movemos los libros, los distribuimos en todo el país, los presentamos varias veces, los mantenemos en la mira de sus lectores. No creemos en el lanzamiento fugaz ni en la caducidad de las publicaciones. Quizá ahí radica nuestro gesto más feminista y político, en la rectitud del trato, en la ética del cuidado. Pensamos que esto es construir otro modo de estar en el mundo editorial.
¿De qué manera creen que las autoras mexicanas están transformando la narrativa contemporánea dentro y fuera del país?
Creo que las autoras mexicanas siempre han transformado la narrativa contemporánea, dentro y fuera del país. Sucede lo mismo con otros géneros, como la poesía. No es algo nuevo, ha ocurrido desde hace décadas, aunque quizá ahora sea más visible. En los encuentros literarios a los que ha asistido fuera de México, es frecuente que escritores y escritoras de otros países mencionen nombres de autoras mexicanas que admiran. Me han hablado de escritoras en general, como Minerva Margarita Villarreal, Carmen Villoro, Elsa Cross, María Baranda, Cristina Rivera Garza, Blanca Luz Pulido, Guadalupe Nettel, Coral Bracho… esos momentos, que parecen simples conversaciones, funcionan como un pequeño censo intelectual y afectivo, nos dice que la literatura escrita por mujeres mexicanas circula, se lee, se respeta.
El contraste, sin embargo, aparece cuando miramos hacia adentro. Aquí, en México, todavía hay una brecha importante en la visibilización del trabajo de las escritoras, no sólo narradoras, sino también ensayistas, poetas y dramaturgas. Y aunque en el discurso institucional y en el independiente se suele hablar de igualdad, la realidad es que persisten sesgos, omisiones y prácticas que relegan la obra de muchas autoras. Las declaraciones recientes de ciertos funcionarios de la cultura son un ejemplo de que aún falta sensibilidad y memoria.
Por fortuna, existen otros esfuerzos. Editoriales que publican más autoras, ediciones de antologías y encuentros de escritoras, proyectos de investigación y rescate de obras que habían quedado al margen. Nunca sobra una nueva colección dedicada a la literatura escrita por mujeres. Y también creo que, para transformar verdaderamente el panorama, es necesario volver a leer a las que nos antecedieron: Nellie Campobello, Elena Garro, Enriqueta Ochoa, Dolores Castro, Amparo Dávila, Josefina Vicens, Armida de la Vara, entre muchas otras. Ellas abrieron los caminos que hoy transitamos.
¿Cómo se construye un catálogo que no sólo publique mujeres, sino que dialogue entre sus distintas formas de mirar el país, el mundo?
Nuestra decisión de publicar autoras no nació como una postura de moda ni como una bandera ideológica, sino que nació de una convicción, creemos en la literatura bien escrita. De hecho, comenzamos publicando voces masculinas y queremos seguir haciéndolo siempre que nuestro catálogo lo permita y sea sostenible.
Más que un catálogo de género, buscamos obras que digan algo importante, que estén bien escritas, que tengan una voz propia y un pulso vital que ofrecer.
Para nosotras nuestro catálogo no es una suma de títulos, las vemos como obras que animan a mirar el mundo de distintas maneras, que se atreven a mostrar nuestras contradicciones, nuestras heridas y nuestros asombros.
¿Han enfrentado prejuicios o resistencias al posicionarse como una editorial que visibiliza el trabajo de las autoras?
No diría que hemos enfrentado una resistencia directa por el hecho de publicar mujeres, pero sí persisten ciertas prácticas machistas en el ámbito editorial, como las que mencionaba antes.
A veces no se trata de un rechazo explícito, sino de gestos sutiles, de inercias que siguen colocando a los hombres en el centro de las decisiones o de las oportunidades.
Aun así, celebro que nuestro trabajo haya encontrado espacios donde se nos respete y se nos permite hacer las cosas a nuestra manera. Que se confíe en nuestro criterio y en nuestra forma de editar es algo que agradezco profundamente.
¿Publicar mujeres es también una forma de reescribir la historia literaria mexicana?
Por supuesto. Publicar mujeres es, en muchos sentidos, una forma de reescribir la historia literaria mexicana. Y no lo hacemos solas: es un proceso que estamos construyendo entre muchos, desde distintos frentes y oficios.
Esta reescritura ocurre sobre todo desde las editoriales independientes, que apostamos por obras que no responden a las modas ni a las lógicas de los grandes emporios editoriales.
En su experiencia, ¿qué necesitan hoy las escritoras emergentes además de talento y disciplina para abrirse paso en el mundo editorial?
Convertirse en expertas de sí mismas. Desafortunadamente (o tal vez afortunadamente) las escritoras somos, muchas veces, nuestras principales promotoras, nuestras propias gestoras, nuestras propias agentes. Lo digo también desde la experiencia, una tiene que aprender a moverse, a investigar, a buscar no sólo editoriales a las cuales enviar manuscritos, sino también revistas literarias, talleres, lecturas, convocatorias, espacios donde nuestra voz pueda circular. Hay que tocar muchas puertas.
También creo que es fundamental estudiar las trayectorias de las escritoras que admiramos: entender cómo han sostenido sus proyectos y cómo han combinado la escritura con la gestión de su propia obra. Porque una cosa es escribir (trabajo íntimo y solitario) y otra, es lograr que lo que escribimos encuentre lectores. Ambas tareas son exigentes (por momentos extenuantes) y, a veces, parecen incompatibles, pero no lo son. La escritura necesita concentración, sí, pero también una presencia activa en el mundo literario.
¿Cómo equilibran la búsqueda de calidad literaria con la misión política de visibilizar voces femeninas?
Estamos muy lejos de tener una misión política, aunque, como suele decirse, todo acto es político. Como te decía, no partimos de una agenda ideológica, sino de una convicción estética y ética, publicar buena literatura. Nuestro punto de partida es siempre la calidad literaria. Sin embargo, en un contexto donde históricamente las mujeres han tenido menos espacios, esa búsqueda estética se vuelve, inevitablemente, un gesto político.
En nuestro proceso de curaduría, lo que guía la selección no es el género de quien escribe, sino la potencia de la obra: que valga la pena ser leída, que diga algo con fuerza, que conmueva, que se sostenga por sí misma. Pero si esa obra, además, viene de una autora que amplía las formas de mirar el mundo, la experiencia, entonces sentimos que la apuesta tiene aún más sentido.
En Proyecto Jacaranda, sin embargo, esa búsqueda adquiere otro matiz. A través de los objetos (pines, libretas, separadores, postales, totes, imanes) hacemos circular poemas e ilustraciones de mujeres, para que la poesía se acerque a la vida cotidiana. Es una manera distinta de visibilizar el trabajo de las autoras e ilustradoras, de hacer que la palabra y la imagen femenina estén presentes en gestos simples: una libreta en la bolsa, un pin en la ropa, un verso en la portada de una libreta.

Pensamos Proyecto Jacaranda como una extensión poética y material de nuestro trabajo editorial, una forma de que la literatura escrita por mujeres florezca fuera de los libros, que circula en otros soportes y llegue a distintos públicos.
Si la literatura es una forma de resistencia, ¿cuál es la batalla que esta editorial libra cada día desde sus libros?
Los esfuerzos de una editorial independiente en México son muchos. Generalmente, las editoriales independientes se integran por pocas personas que realizan muchas tareas. Desde la producción, administración, gestión en prensa, impresión, hasta la distribución, nos enfrentamos a una serie de retos cotidianos que van más allá del amor por los libros. El primero es simplemente sostenerse en un entorno donde el consumo de literatura no se percibe como una necesidad básica. Hacemos libros porque creemos que son bienes culturales indispensables, pero al mismo tiempo son productos que deben venderse, distribuirse (con los costos elevados que esto implica) y recuperar la inversión. Tener una editorial independiente, al final, también es tener una empresa: pagamos impuestos, gestionamos proveedores, asumimos compromisos económicos y tratamos de mantenernos a flote en un ecosistema que rara vez favorece la subsistencia de proyectos pequeños.
A ello se suma que las librerías independientes —con las que compartimos afinidades estéticas, éticas y de escala económica— también enfrentan sus propias precariedades, lo que a menudo implica largos tiempos de pago y márgenes mínimos de ganancia. Es un circuito frágil, pero profundamente comprometido con la bibliodiversidad.
Además, en México existen muy pocas convocatorias o apoyos públicos dedicados a la edición literaria independiente. Las oportunidades para financiar proyectos, imprimir nuevos títulos o distribuirlos con amplitud son escasas. Por eso, cada libro que logramos publicar es, en sí mismo, un acto de resistencia, una afirmación de que la palabra todavía puede abrir espacios de reflexión, belleza y disenso.
La batalla que libramos cada día no es sólo económica, sino también simbólica. Promover la literatura (en su forma más libre) es resistir contra la homogeneización del mercado y la velocidad del consumo.

¿Cómo pueden entablar comunicación con ustedes las autoras que tengan interés en publicar?
Que nos escriban a nuestras redes sociales, que es lo más rápido. Y también a nuestros correos: marlene.typo@gmail.com y typotaller@gmail.com
¿Algo que quieran agregar?
Sí, me gustaría contar un poco más sobre Proyecto Jacaranda, una iniciativa que surgió de la necesidad de encontrarnos entre colegas mujeres dentro de un ecosistema editorial todavía muy marcado por la presencia masculina. Nació hace casi dos años con la intención de tejer redes entre editoras, correctoras, diseñadoras e ilustradoras, a través de espacios de diálogo y visibilización de nuestro trabajo.
Comenzamos con una serie de mesas virtuales para conversar sobre nuestras experiencias dentro del mundo editorial y, sobre todo, para reconocernos unas a otras: saber que estamos aquí, que hacemos libros, que pensamos y producimos desde lugares diversos, pero con preocupaciones comunes.
Con el tiempo, el proyecto creció y tomó forma también como una marca de objetos para lectoras, una manera distinta de llevar la poesía y la palabra al espacio cotidiano. En nuestra primera temporada colaboramos con la poeta Pamela Ovalle y la ilustradora Mostra Color, un diálogo entre texto e imagen que derivó en piezas como pines, libretas, separadores, postales y bolsas, objetos que buscan acercar la poesía a otros públicos y en otros formatos. Nuestro propósito es lanzar una nueva colección cada año, siempre con la participación de creadoras distintas, para seguir ampliando la red.
Además, tenemos en mente —y ya sobre el papel— nuevas líneas editoriales dentro de Jacaranda que integrarían el trabajo de mujeres de todo el país: editoras, correctoras, ilustradoras y diseñadoras.

