Alguna vez escuché la anécdota de un torero que, al volver de su viaje por París, declaró a la prensa sobre aquel lugar: “Está lleno de extranjeros”. Y claro, seguramente la mayoría de las personas guardaban ciertas diferencias con él, por lo que este torero (y vaya que hay que ser indiferente para de esa forma ganarse el pan) consideró que todos ahí eran distintos, menos él. “No tenemos pertenencias sino equipaje”, dice Jorge Drexler y atina en el clavo del enraizamiento, de lo que te ata a un lugar al que consideras tu tierra y por la que se siguen dando las peleas más crueles y estúpidas, defendiendo ese espacio como si realmente te perteneciera un pedazo de suelo que ha estado ahí por cientos o miles de años. Defiendes tu casa de la basura del vecino, peleas con el barrio vecino por el territorio, pagas un puente por entrar a un estado “diferente” al “tuyo”, y cantamos un himno en el que fingimos morir por una patria que no se entera de que es parte de un mundo.
Nací en un lugar distinto al que vio nacer a mi hijo, y en uno diferente al que mi abuelo decía pertenecer; mi hijo es muy parecido a mí, dice la gente, y mirando fotos antiguas descubro que guardo rasgos similares a los de mi abuelo. He escuchado que el campamento de lonas y cobijas que inicia en la lámina fronteriza está lleno de “hondureños”: morenos, chaparritos, gorditos y con acento chistoso; o sea, yo, pero en volumen. Más arriba, un idiota anaranjado asegura a los gringos que los haitianos se comerán a sus perros. Pero cuando te acercas un poco a esa pequeña comunidad, puedes escuchar ese acento chistoso proveniente de una familia que viaja desde Chiapas o Guerrero y que encontró en esa caravana una forma de esperanza para una vida mejor, tirando al suelo el mote de extranjeros, hermanados y con más coincidencias que diferencias con el resto del grupo. Leo en redes sociales a personas con las que he platicado alguna vez, con las que he estrechado la mano, dado un abrazo y tal vez hasta presentado a mis hijos, escribir con un odio arraigado en una tierra que cambia bajo sus pies, frases de apoyo a un tipo de tono naranja que expulsa seres humanos de “su” país, o un genocidio atroz que les cuenta una IA manipulada. La comodidad de una pantalla conectada al mundo ha creado una nueva forma de convivir, de formar parte de él y afiliarnos en grupos que comparten gustos, pensamientos, posturas y territorio, para luego condenar a todo aquel que piensa, se ve o actúa distinto a mí.
Más de una vez, mentar la madre al oficial de migración cuando cruzo a EU ha rondado mi mente mientras revisan los documentos que ellos mismos me dieron, anteponiendo una idea de delincuente en mí. Cuando analiza a mi familia haciendo preguntas ofensivas, reconozco el odio y el racismo que veo en la gente que me rodea, quejándose de lo mismo. Leo también que los hermanos que acampan en la línea son todos “delincuentes y malagradecidos”; luego observo a los pequeños corriendo en la acera como corre mi hijo, a las mujeres salir detrás de ellos, como lo he hecho yo, y a los hombres con un gesto inconfundible de preocupación por estar en otro país, o estado, o barrio, y no saber si su familia dormirá segura ahí, porque hace rato cualquier tierra que pisan los tilda de extraños.
Me contó mi padre que durante la Revolución mexicana mis abuelos salieron huyendo de Querétaro rumbo a la Ciudad de México para evitar que el ejército o los revolucionarios tomaran a su padre y lo obligaran a pertenecer a un bando y pelear por una vida mejor (ambos bandos lo creían). Tomaron lo que pudieron, mi abuelo lo lanzó a su espalda y caminaron por horas con sus hijos de la mano por momentos, luego en sus brazos o en la espalda del abuelo que resistía a base de puro amor. Si te acercas un poco a la línea puedes escuchar la misma historia en boca de los habitantes de las lonas, que aseguran que es mejor pasar por este periplo que perder a su familia en la violencia que su “lugar” les aseguraba. Pienso en las historias que se repiten, en los motivos que siguen siendo los mismos, en el amor hacia el único grupo al que pertenezco, que nos mueve y por el que vale la pena dejar la vida en el intento: la familia. Yo no soy de aquí, varios de mis amigos no nacieron aquí, mi madre no es de aquí, mi vecino es de un lugar muy lejos en el sur de México y, parafraseando a Drexler, yo no soy de aquí, pero tú tampoco. El gran Savater afirma que las ciudades se han formado con gente que cree ser diferente a otros, únicos y diferentes mientras esto les convenga. Apenas termino de escribir esto, salgo a la calle; mi vecino lanza un envase hacia cualquier lugar, lejos de su casa; los campamentos de lona, cobijas y hermanos han escaseado ya, la rabia del que se piensa distinto y enraizado ahora parece entretenerse en las mujeres que, pobrecitos, pintan monumentos de piedra y metal para pedirle al mundo no morir cuando un tipo lo decida. Estados Unidos ofrece a México ayudarle con la violencia, pero primero instala un muro enorme entre ambos países; otra familia sale de un lugar que sentía suyo a buscar algo mejor; gringos en shorts pasean por las calles mexicanas; el tiempo estimado de cruce hacia el “otro lado” es de cuatro horas y veinte minutos; Drexler dice que estamos vivos porque estamos en movimiento; yo digo que este mundo, y qué bueno, está lleno de extranjeros.
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Edgar A. Contreras nació en la Ciudad de México en 1983; radicado en San Luis Río Colorado, Sonora desde hace más de veinte años, es parte del comité para la organización de las Jornadas Binacionales de Literatura Abigael Bohórquez, uno de los encuentros literarios con más tradición en el norte de México. Ha sido ganador del Premio Nacional de cuento corto Endira 2016 y del Premio Nacional de Novela Ignacio Manuel Altamirano 2022. Publica quincenalmente crónicas de boxeo en la página “Boxeo con lipstick” de Puerto Rico y se desempeña como docente de Español, además de impartir cursos y talleres de escritura creativa. Es coantologador del libro “El Desierto Transfronterizo” y autor del libro de cuentos “Los otros días” bajo el sello editorial Letras del Norte, además de la novela Dónde Estabas Tú publicada por la editorial Nitro Press.

      
            
            
            
            