El efecto de toda civilización llevada
al extremo es la sustitución del espíritu por la materia
y de la idea por la cosa.
Pierre Jules Théophile Gautier
No hay momento en que no sea necesaria la presencia física o espiritual de alguien más, lo que el psicoanalista Sigmund Freud teorizaría como pulsión gregaria, o lo que el precursor de la tradición psicoanalista Erich Fromm denominaría instinto de inseperatividad, es una de las grandes incógnitas de todos los tiempos.
En una sociedad globalizada, es intangible saber si realmente los deseos son nuestros o han sido férreamente sembrados para enseñarnos cómo desear, como lo ha señalado el esloveno Slavoj Žižek en la parte introductoria de su documental “La guía perversa de la ideología”:
«El problema que se nos plantea no es si nuestros deseos se encuentran satisfechos o no, el problema es saber qué es lo que deseamos. No hay nada de espontáneo, de natural en el deseo humano. Nuestros deseos son artificiales, se nos debe ‘enseñar’ a desear. El cine es el arte perverso por excelencia: no te da aquello que deseas… te dice cómo desear.»
Ciertamente, en muchas ocasiones, la mujer desea una boda, un aniversario, una petición de matrimonio, bajo los cánones que ha marcado Hollywood o, en un contexto más cercano, Televisa. Pero no solo es la mujer; el hombre también aspira a ser como se describe en telenovelas o cintas de cine: el hombre perfecto. Es quizá por ello que existe tanta frustración en las relaciones amorosas hoy por hoy; el ideal yoico que aspiran dista paradójicamente de la realidad material que les ha tocado vivir.
La otra cara de la moneda la han puesto ahora las redes sociales, donde mediante reels o videos breves revierten esta lógica y muestran cómo desear aquello que les genera rebeldía o contradice lo que por años han retratado los cuentos de hadas o las cintas de amor hollywoodense.
El cine, la televisión y ahora las redes sociales tienen una función sublimatoria: la descarga de energía psíquica mediante un proceso de identificación que se da en un plano simbólico. Tanto hombres como mujeres, en la interacción simbólica con los sujetos de pantalla, dejan de ser por momentos en la realidad material y se trasladan a experimentar una realidad prefabricada que completa lo que aspiran en su ideal del yo.
Por otra parte, esto que se legitima en espacios culturales y de recreación tiene completa conexión con lo expuesto por el extinto escritor uruguayo Eduardo Galeano:
«Estamos en plena cultura del envase. El contrato de matrimonio importa más que el amor, el funeral más que el muerto, la ropa más que el cuerpo y la misa más que Dios.»
Efectivamente, nos han enseñado cómo desear y qué es lo que debemos desear. Nuestras pulsiones han sido penetradas hasta lo más íntimo, para que tiendan a satisfacerse engañándonos a nosotros mismos, revestido nuestro deseo de verosimilitud. Así, un matrimonio estará pendiente de todos los detalles de una pomposa boda, y lo menos relevante será el “amor” que dice unirlos.
Las mujeres serán atractivas siempre y cuando vistan a la moda, se maquillen hasta parecer de porcelana, su figura cumpla con el cliché vigente o modifiquen su apariencia por la necesidad de estar culturalmente “bellas”. Lo mismo sucederá con los varones, usando una cuidada barba cuando la sociedad decida que este es el aspecto más varonil y lo legitime el sexo opuesto, o vistiéndose como los artistas de moda en turno.
Seguimos sumidos, pues, en la cultura del envase, normados por las imposiciones culturales que se legitiman en el televisor, en el internet, el cine y hasta en los memes.