El Congreso de Chihuahua acaba de rubricar, con tinta azul ultraconservadora, una de las páginas más vergonzosas de su historia reciente. Con 18 votos del bloque PAN–PRI–PVEM, las y los diputados decidieron “salvar” el idioma español de una supuesta amenaza, el lenguaje inclusivo. Lo hicieron, claro, en nombre de la pureza gramatical —esa que ni siquiera dominan, según se observa en su propio dictamen, plagado de horrores ortográficos—.
Bajo el disfraz de guardianes de la lengua, firmaron un decreto que no defiende el idioma, sino la censura. Un acto que no busca enseñar mejor español, sino imponer silencio, una cruzada moral disfrazada de filología, que revela más miedo a la diversidad que amor por la palabra.
El autor fue el diputado panista conservador Carlos Olson, quien ha redifinido el concepto de la elegancia legislativa con sus corbatas rosas y moradas, además de sus peinados bien logrados que lo hacen ver cada vez más finito. Este peón blanquiazul decidió atrincherarse en un discurso que no busca enseñar mejor español, sino imponer una visión única del mundo, binaria, rígida, incapaz de reconocer la pluralidad que habita en las aulas.
La decisión de los conservadores ocurre justo cuando una escritora mexicana podría ganar mañana el Premio Nobel de Literatura. Hablamos de Cristina Rivera Garza, quien defiende a toda costa el lenguaje inclusivo, y que, estoy seguro, el diputado Olson jamás ha leído, porque su contacto con la lectura probablemente se limita a los folletos del catecismo que seguía con devoción en la niñez.
Se trata de un intento por controlar el lenguaje porque saben que quien controla las palabras controla la realidad. El lenguaje inclusivo no confunde, como alegan, sino que visibiliza. Y eso es precisamente lo que incomoda a quienes se benefician del silencio y la exclusión.
El argumento de Olson es tan endeble como su ortografía. La reforma que “defiende las reglas gramaticales” está plagada de errores, “instrinsíco”, “linguísticas”, “absorvido”, “traves”. Una tragicomedia legislativa. La ironía es brutal, porque quienes quieren “enseñar a escribir bien” ni siquiera dominan lo que pretenden imponer. Pero lo más grave no es la falta de acentos, sino la ausencia de conciencia. En lugar de legislar para mejorar la educación, legislan para suprimir derechos, para negar identidades y para satisfacer una agenda ideológica que no tiene cabida en un Estado laico ni en una democracia plural.
La medida no tiene sustento lingüístico ni pedagógico. No existe un solo estudio serio que demuestre que el lenguaje inclusivo afecte la comprensión lectora o el desempeño académico. Los bajos resultados en educación vienen de recortes presupuestales, de la precarización docente y de las desigualdades estructurales que el propio panismo ha ayudado a profundizar. Pero, claro, para el diputado Olson es mucho más cómodo echarle la culpa a una “e” o a una “x” que enfrentar la dura realidad, los gobiernos que él respalda abandonaron por completo la educación pública.
¿Quién es este blanquiazul finito? Es un político con muchas limitaciones, pero ha sabido perfeccionar el arte de subir sin escalera, de cargos municipales a delegado federal, de suplente de senador a ocupar el escaño de quien renunció, y finalmente diputado local. Camaleónico, le da igual ser corralista o formar parte del equipo de la gobernadora María Eugenia Campos. Para él, es más importante proteger su piel del sol como si fuera la de un bebé, y es un ejemplo de cómo avanzar en política sin sudar, predica con entusiasmo eso de que otros hagan el trabajo duro mientras él colecciona puestos, títulos y oportunidades como quien colecciona cadáveres de renuncias ajenas.
Lo que aprobó el Congreso de Chihuahua es una declaración de guerra cultural. Es la evidencia de que el PAN local sigue virando con fuerza hacia una derecha reaccionaria, que se refugia en la moral y la gramática para disfrazar su miedo a la transformación social. Lo que antes fue un partido que hablaba de libertades, hoy se ha convertido en un custodio del dogma y la intolerancia. Olson lo dijo sin pudor, “Solo existen niños y niñas”. Es decir, solo existen las realidades que él y su partido aceptan.
Esta reforma es un golpe directo a los derechos humanos, al reconocimiento de las diversidades sexogenéricas y a la libertad de expresión. Pretender borrar del lenguaje las identidades no las hace desaparecer; las invisibiliza, las margina y las condena al silencio. Quienes votaron a favor no están defendiendo la lengua española, están defendiendo su poder de nombrar —y por tanto, de excluir—.
La historia juzgará este retroceso con severidad, pero los legisladores siguen firmando decretos como si la realidad fuera opcional. Mientras tanto, las aulas reinventan el lenguaje y la sociedad sigue adelante. Y ellos, héroes del absurdo, protagonizan la épica tragedia de intentar detener lo inevitable, el tiempo, la lógica… y la risa que nos provoca su torpeza.

Antonio Flores Schroeder nació en Chihuahua en 1975. Es escritor y periodista, autor de la novela Oriana (Conaculta-Ichicult, 2011), del libro de literatura hiperbreve Personajes de una ciudad sitiada (New Mexico State University, Center for Latin American Studies, 2014) y de la novela Cerdos (Ala Ediciones, 2025). Sus textos han sido publicados en revistas y antologías tanto nacionales como internacionales, y ha participado en encuentros y festivales literarios en México y España. De 2012 a 2016, fue uno de los organizadores del movimiento internacional Escritores por Ciudad Juárez. Actualmente, es director general del sitio de literatura y análisis político Poetripiados.