De nuevo salí a regar a las doce de la noche, y mi vecina ya me estaba esperando, muy sentadita, en la orilla de su azotea.
Ahora lucía un conjunto de pijama bastante sugerente: un top que solo le cubría los senos y un short, estampados con varios labios rojos (huellas de besos) sobre un fondo gris.
Yo vestía un pantalón de mezclilla y una camiseta negra. Los dos traíamos nuestro respectivo cubrebocas, y yo llevaba un sombrero de palma.
Lo primero que hizo fue preguntarme:
-¿Y ese sombrero?
-Me lo puse para protegerme más del Covid.
-No sea sangrón. ¡Quíteselo! Si nada más yo estoy aquí y ya le dije que me cuido mucho… Además, desde aquí arriba no le veo la cara.
Le hice caso. Luego me dice:
-¿Y por qué salió con las manos vacías? Me prometió su novela… ¿Y qué?, ¿hoy no vamos a tomar nada?
-Ahorita le traigo el libro… Primero quiero saber qué se le apetece tomar.
-¿Qué tiene en el menú?
-Tengo vino, whiskey, tequila, cerveza y mezcal.
-¿Las cervezas están bien heladas?
-Sí… Tengo listo un doce en el refri.
-¿Pero es cerveza de verdad? Porque la light no me hace nada.
-Es de las mías… A mí tampoco me gustan las light, prefiero las oscuras (o negras).
Voy por las cervezas y la novela. Acomodo en una hielerita seis botellas. Cuando salgo, la vecina me sorprende con una canasta de mimbre, sujeta con un lazo, que deslizó por la barda.
-¿Y eso?
-Lo hice por usted, que tiene miedo acercarse mucho a mí. Yo desde aquí la bajo y la subo… Ponga una cerveza y la novela, para probar mi “invento”.
-Muy buena idea… Ahí va un destapador también.
Con cuidado, la vecina sube la canasta, toma la novela, el destapador y abre su cerveza. Me empieza a contar más de su hermana y me aclara que ya hicieron las pases, quizá porque casi no tienen contacto directo para no contagiarse.
Lo que sí es que hablan mucho por celular, y casi todo lo que charlan es sobre asuntos de la niña.
-Su hermana es también muy guapa y muy joven.
-¿Se le hace vecina?
-Sí.
-¿Está más bonita que yo?
-No… Usted se la lleva de calle.
-Hablando de hermanos… ¿Usted se lleva bien con todos sus carnales?
-Los ocho somos muy unidos.
-¿Los ve seguido?
-Ahorita, por la pandemia, no… Pero sí somos unidos. Además, tenemos un chat en WhatsApp.
-¿Todos viven en Juárez?
-Nada más cuatro; dos viven en Denver, otro en San Luis Potosí y la más chica vive en El Paso.
-Oiga, ¿y por qué usted no se devolvió a Matamoros con sus padres, en vez de venirse a este pueblo bicicletero, como dice?
-Al igual que usted, ya no tengo padres… murieron… Solo tengo a mi hermana.
-Lo siento.
-No hablemos de cosas tristes… Mejor cuénteme de su novela y por qué chingaos la tituló “Policía de Ciudad Juárez”.
-El nombre me lo impuso la editorial Océano, originalmente se llamaba “Policía Huitlacoche”, pero mi editor le cambió el nombre.
-¿Y le dijo el motivo?
-Sí… me explicó que, si le poníamos “Policía de Ciudad Juárez”, la novela se iba a vender como pan caliente, aprovechando la mala fama que tenía (y tiene) Ciudad Juárez… Pero léala primero; ahí va a descubrir por qué la quería nombrar “Policía Huitlacoche”.