Hace apenas unos meses, la escena en el Zócalo capitalino parecía simbolizar una fractura dentro del movimiento que llevó a Claudia Sheinbaum a la Presidencia. Mientras ella subía al templete para hablar ante miles de simpatizantes, varios líderes de Morena —Adán Augusto López Hernández, Andrés Manuel López Beltrán y Manuel Velasco Coello, entre otros— le dieron la espalda en busca de una foto propia.
Aquel gesto, tan breve como revelador, fue interpretado como una muestra de distancia y ambición. Hoy, en el mismo lugar, esa imagen se inviertió, ya que los reflectores ya no los buscaron a ellos, sino la presidenta que, con un año de gobierno, consolida su liderazgo y la continuidad de la Cuarta Transformación.
Dos de ellos, López Hernández y López Beltrán, enfrentan varios escándalos, el primero con un grupo criminal y hasta con el origen de sus recursos económicos, y el segundo por su estridente estilo de vida, muy distinto al de su padre, Andrés Manuel López Obrador.
Desde las primeras horas de este domingo, contingentes de todo el país inundaron las calles que rodean el Zócalo de la Ciudad de México. Banderas, trajes típicos, marmotas oaxaqueñas y música regional convirtieron el corazón político del país en una fiesta popular. Miles de personas acudieron para escuchar el primer mensaje de rendición de cuentas de Claudia Sheinbaum Pardo, quien no sólo celebró un año de gobierno, sino que reafirmó su compromiso con el pueblo y con la herencia política de Andrés Manuel López Obrador.
En su discurso de 55 minutos, la presidenta fue contundente: en el México actual “la honestidad es la regla y no la excepción”. Aseguró que en su gobierno no habrá espacio para la corrupción ni para los privilegios heredados del pasado, y advirtió que “quien robe al pueblo enfrentará la justicia”. Subrayó que su administración ejerce el poder con dignidad, sin nepotismo y sin heredar cargos públicos.
La mandataria destacó que, sin aumentar impuestos, en 2025 se recaudarán 500 mil millones de pesos adicionales, lo que demuestra —dijo— que “cuando no hay corrupción, alcanza para más”. Con este argumento, Sheinbaum defendió la reforma a la Ley de Amparo, que busca evitar que empresarios o contribuyentes adinerados utilicen los mecanismos judiciales para evadir responsabilidades fiscales.
El acto también sirvió para despejar rumores de división con su antecesor. “Se han empeñado en separarnos, en que rompamos, pero eso no va a ocurrir”, afirmó ante un Zócalo repleto. Reivindicó a López Obrador como ejemplo de honradez y amor al pueblo, y añadió: “Escúchenlo bien, su presidenta tampoco se venderá ni se apartará de sus principios. En México, quien manda es el pueblo”.
Mientras en las calles resonaban las consignas “¡Presidenta, presidenta!” y “¡Es un honor estar con Claudia hoy!”, la jefa del Ejecutivo enumeraba los logros de su administración: la reducción de la pobreza y la desigualdad, la recuperación de Pemex y la CFE, la expansión de programas sociales y el fortalecimiento del sistema de salud. Recordó que en trece meses de trabajo legislativo se han aprobado 19 reformas constitucionales y 40 nuevas leyes que, aseguró, “ponen fin a la larga noche del neoliberalismo”.
El mensaje de Sheinbaum fue también una reafirmación política: su gobierno no es de una sola persona, sino del pueblo que llenó el Zócalo y de los movimientos sociales que la acompañaron. “No camino sola, no gobierno sola”, dijo, acompañada en el presídium por integrantes de su gabinete y por la jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Clara Brugada.
Lejos quedaron los días de las fotografías incómodas y las sonrisas tensas entre líderes del movimiento. Hoy, quienes alguna vez buscaron el foco a costa de la presidenta observan desde la periferia del escenario, mientras Sheinbaum consolida el poder político más amplio de la izquierda mexicana en las últimas décadas.
Al cierre de su intervención, la mandataria resumió su visión de país con tres compromisos: no fallarle al pueblo, defender la soberanía y gobernar con principios. “La prosperidad será compartida o no será prosperidad. La justicia será para todos o no será justicia. La democracia sólo florece cuando el pueblo es protagonista”.
Con el grito “¡Que viva México y su pueblo, siempre libre y soberano!”, Sheinbaum selló una jornada simbólica. El Zócalo volvió a ser el epicentro del poder popular, y su imagen —rodeada por una multitud que ondea banderas y corea su nombre— marca el inicio de una nueva etapa: la de una presidenta que ya no busca legitimarse, sino gobernar con la certeza de que la historia, por ahora, la acompaña.