La pandemia no tenía para cuándo. El país se llenaba de contagiados y aumentaban los que no la libraban. Había otros a quienes el Covid no les hacía ni cosquillas.
Yo, por mi condición de salud, corría alto riesgo y nadie sabía si sobreviviría en caso de que me atrapara el coronavirus.
El derrame cerebral me había dejado muchas secuelas, por eso camino apoyándome en un bastón de cuatro puntas. La embolia me quitó el movimiento de mi brazo y mano derecha. Mi pierna derecha también estuvo inmovilizada —me movían en silla de ruedas—, pero con terapia física logré recuperarla y aprendí a caminar de nuevo.
El “infarto” cerebral lo sufrí hace varios años. La embolia me robó también la capacidad de hablar; pasé dos años en cama y estuve “ido de la mente” unos seis meses. Perdí mucha memoria y hasta ahora he recuperado el 70 por ciento de mis recuerdos.
Tardé varios días en reconocer a mi gente y a quienes venían a verme. Al principio no hablaba nada y empecé a balbucear para comunicarme. No sabía quién era ni a qué me dedicaba. Estaba en el limbo.
El doctor internista que llevaba mi expediente, tras analizar unas tomografías a color, no le dio muchas esperanzas a mi esposa: el derrame había afectado muchas zonas del cerebro. “La condición de Miguel Ángel va a empeorar”, sentenció.
Yo nunca le creí. Pensaba: “No voy a morir ni me voy a quedar para siempre tullido en cama; Dios solo me dio un coscorrón bien dado para apaciguarme”.
Por todo esto, desde que apareció la pandemia, estuve aislado. Me mantenían en confinamiento; parecía un leproso, y mi familia temía que me contagiara.
Aproveché el encierro para seguir trabajando en las novelas que me enviaba la editorial, leyendo los manuscritos y dictaminándolos. Pasaba cerca de nueve horas en mi estudio trabajando.
La vecina empezó a mandarme mensajes a diario y nos poníamos a conversar por WhatsApp. Me reclamó por no salir al patio y por no prestarle la novela como había prometido.
—Si he salido… usted es la que anda ocupada con su sobrina.
—Es que tengo que andar tras de ella para que no se despegue de sus clases por Zoom… Me descuido y se distrae con el celular… Pero en las noches estoy puesta… Usted es el que se arruga.
—La verdad es que he tenido mucho trabajo… pero mañana salgo a regar como a las doce de la noche. ¿Le parece?
—¿Es una cita?
—De compas y guardando distancia… usted en su azotea y yo desde mi patio.
—No se le vaya a olvidar su novela, la googleé y hay muchas notas, reseñas y fotos sobre ella y usted… Anduvo viajando mucho, presentándola en ferias de libros, en encuentros de escritores en México, y dando lecturas en Nueva York y Bogotá… ¡Es famosillo!
—Nomás de un lado.