Nacer sin recuerdos
Una escena le vibra en la memoria,
es eco sumergido en lo interminable,
camina cercada por el grito de lo diario,
y el mar le lame los talones con preguntas.
Las voces se le escurren, aceite en la noche,
acarician su nuca como madres ausentes.
El verano huye, se vuelve promesa,
sin llegar como la infancia,
que la espera en la esquina.
Nació sin recordar el color de la sangre,
sin animales ni fuegos ni rezos,
sólo una boca incapaz de pronunciar amor,
y una tierra que olía a viento herido.
Las calles eran nidos de pasos perdidos,
gacelas escondidas bajo mandiles verdes.
Ella, apenas un gesto sin espejo,
cubriendo belleza con el polvo del mundo.
Difícil sonreír, incluso ante la alegría,
como esa jirafa que se enamora sin saberlo.
Sus pensamientos dormían lejos del pecho,
y la poesía era su jaula de terciopelo.
Leía libros como si fueran oráculos,
robados al olvido, ofrecidos por el azar.
Quería que su sangre hablara otro idioma,
que su piel contuviera el destino de otro ser.
Frente a cada estrella sonreía
y en cada ausencia
se desdibujaba, se volvía otra
con tal de no ser ella.
Sin espejos
Los relojes se apagan en la herida
que el alba deja al filo del instante.
El tiempo calla, inmóvil, vacilante,
y el pulso se disuelve en la partida.
No hay luna, solo huellas de caída
ni lengua que despierte lo distante.
La voz, entre las sombras, es errante
y el verbo es sólo ausencia sostenida.
La noche abre su cuerpo sin medida,
las preguntas germinan en el pecho,
sin forma, sin piedad, sin despedida.
Y en medio del silencio, lo deshecho
se alza como respuesta no ofrecida:
un sueño sin regreso, oscuro y lecho.
Del fuego y la palabra
Las palabras son barcos sin destino,
velas rotas en mares de papel.
Mi voz, farol de un tránsito sin piel,
se apaga en un silencio sin camino.
¿Quién recoge la sombra del crepúsculo?
¿Quién traduce la lluvia en confianza?
Un incendio me ruge en la garganta,
y al hablar, se me quiebran los artículos.
El amor es un lobo disfrazado,
una carta cerrada con espinas,
una lámpara herida, sin abrigo.
Y mi alma sin muros ni reposo
se desliza en abismos y colinas
con un miedo sin nombre que persiste.
En el pecho, una herida,
arde sin ser notada,
mi alma queda atada,
sin muros ni salida,
camina sin morada,
siente el aire frío,
resiste el desvarío
de un mundo sin caminos,
entre sombras y destinos,
busca siempre un nuevo río.
Un animal en mí
Hay un animal en mí que no duerme,
camina en círculos cuando callo,
se alimenta de besos no dados
y muerde las palabras que no dije.
Mis pensamientos crujen como ramas,
bajo el peso de tu ausencia tibia,
y mis sueños son trenes sin horario
que cruzan vías de estaciones clausuradas.
El corazón me late fuera del pecho,
es una flor que no aprende a cerrarse.
Y aunque he cosido la piel con promesas,
la costura sangra cada noche sin luna.
He amado como quien se arroja al fuego,
sin saber si la otra mano sostiene,
he amado como quien no se elige,
como una herida que vuelve a abrirse.
Me habita una nostalgia sin origen,
una infancia que no quiere dormirse.
Leo en mi sangre nombres que no son míos
y a veces, me atemoriza sentir tanto.
La poesía me amarra a la vida,
como un hilo de oro a la locura.
Y si te amo, es porque no sé
cómo no hacerlo sin morir un poco.
Pero si esta hoguera no te devora,
si este abismo te parece juego,
vete,
que la noche te trague sin pedir perdón.
Vete
¿Qué dice el poema?
¿qué voz habita en el silencio
de sus líneas que no se leen?
Un murmullo sin cuerpo,
un secreto sin llave.
El poema no comunica,
desgarra el aire,
se vuelve sombra en la página,
un eco que se rehúsa a ser historia
de un día cualquiera roto
en pedazos, mentiras viejas
que sangran sin consuelo.
La verdad se arrastra, desnuda y rota,
la soledad es un puñal enterrado.
No quiero ver esas nubes de mierda,
mapas de exilios que nadie pisa,
ni ese ruido constante, putrefacto,
que pudre los huesos con su canto sordo.
Este poema es un cadáver frío,
tu ausencia una daga clavada en la garganta,
mi hastío un veneno que no perdona,
un animal hambriento que devora todo.
La tarde se arrastra, mendiga sol,
pero el sol murió en tu indiferencia,
la risa es un eco irónico,
una niña ahogada en su propio llanto.
Si estuvieras, amor, no cambiaría nada,
porque en este infierno ya no hay fuego,
solo cenizas que queman sin calor,
y un silencio que grita: vete y no vuelvas,
ni en este día cualquiera, ni en mi poema.
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Yuleisy Cruz Lezcano nació en Cuba y posee ciudadanía italiana. Desde 1992 reside en Marzabotto, en la provincia de Bolonia. Es poeta, escritora, ensayista, periodista y activista comprometida con la defensa de los derechos de los trabajadores y la lucha contra la violencia de género. En su labor educativa, promueve modelos relacionales innovadores y utiliza el caviardage como herramienta pedagógica en escuelas, con el objetivo de transformar lo negativo en positivo. Coordina laboratorios creativos orientados al crecimiento personal y colectivo.Colabora activamente con periódicos nacionales italianos, en los que publica artículos sobre temas sociales, educativos y de actualidad. Su voz literaria y compromiso social se entrelazan en una obra extensa y reconocida tanto en Italia como en el extranjero.
Su trabajo gira en torno a temas de identidad, migración, feminismo, translingüismo y la experiencia intercultural de la mujer inmigrante. Forma parte de la redacción de distintos fanzine y blogs italianos, y colabora con revistas literarias españolas e hispanoamericanas, en las que publica tanto artículos propios como traducciones de autores italianos, con el objetivo de difundir la poesía italiana a nivel internacional.
Ha escrito 18 libros.