La gobernadora de Chihuahua, María Eugenia Campos, exhibió esta semana tres de sus facetas políticas más características, aunque también más contradictorias. Pasó de las selfies con personajes asociados a la izquierda, a la ausencia calculada en una reunión nacional de seguridad encabezada por Claudia Sheinbaum, y terminó con un discurso de autoafirmación que ya se ha vuelto un lugar común: eso de que el futuro de Chihuahua no se negocia.
Todo comenzó el lunes, cuando acudió como invitada al primer informe de Gobierno de la presidenta de México, Claudia Sheinbaum, en Palacio Nacional. Sentada en primera fila, vestida de negro y con un café en mano, escuchó con atención. Una postal discreta, casi ensayada. Minutos después, apareció sonriente en una selfie junto al ministro de la Suprema Corte, Hugo Aguilar Ortiz, a quien meses atrás había criticado por el proceso de elección popular de ministros. Contradicciones de coyuntura que en política se maquillan con sonrisas.

Hasta ahí todo parecía normal, la típica normalidad de los políticos conservadores que viven de las apariencias. Pero unas horas después, en la 51 reunión del Consejo Nacional de Seguridad Pública —donde todos los mandatarios acordaron homologar la estrategia nacional de seguridad a las leyes locales— la única silla vacía fue la de Chihuahua.

Que Maru Campos falte a las reuniones de seguridad no sorprende, ya es costumbre. Para eso tiene al secretario de Gobierno, Santiago de la Peña Grajeda, quien suele aparecer con rostro de recién despertado. Pero en esta ocasión el desaire fue más notorio: había ido al informe de Sheinbaum con toda calma y, al día siguiente, justificó su ausencia asegurando que Chihuahua se sumaría de todos modos a la homologación y que existía coordinación con la Federación. Argumento gastado que ya nadie cree.
La tercera faceta la mostró en casa, durante el informe de Marco Bonilla, en el Centro de Convenciones de Chihuahua. Ahí apareció más sonriente que en Palacio Nacional y más fashion que con Aguilar. Fue el escenario perfecto para sacar su lado panista sin disimulo: “El futuro de Chihuahua no se negocia ni se entrega”, gritó, como mantra repetido desde tiempos de López Obrador. Pero, como dice el viejo refrán: a explicación no pedida, acusación manifiesta.

El discurso completo rozó lo épico: “El futuro de Chihuahua no está a la deriva, no se negocia y no se entrega, al contrario, se defiende con coraje, se honra con resultados y se conquista cada día con amor. Vamos a definir con decisión porque Chihuahua ha sido siempre muralla contra la adversidad; juntos daremos norte al país”.

Nadie se lo cree. Eso de “dar norte al país” suena a consigna hueca. Lo mismo dijo con Xóchitl Gálvez y la blanquiazul perdió por 19 millones de votos, la frase parece más un ejercicio de autoengaño que una propuesta política. Así nomás.
Porque cuando los gobernantes pierden la vergüenza, diría el escritor alemán Georg C. Lichtenberg, los gobernados pierden el respeto. Y en esa delgada línea se mueve la gobernadora, entre la pose de estadista y el vacío de sus actos.