La ministra presidenta Norma Lucía Piña Hernández cerró los trabajos del pleno de la Suprema Corte de Justicia de la Nación en su actual integración, afirmando que será “la historia” la que juzgue a los ministros salientes. Sin embargo, la realidad es que ese juicio ya ocurrió, y el veredicto es contundente: la SCJN neoliberal fue enviada al basurero de la historia, junto con el modelo que defendieron hasta su último aliento.
Durante tres décadas, la Corte se erigió como un aparato distante de la ciudadanía, convertido en garante no de la justicia, sino de los privilegios. En su discurso final, Piña defendió el legado de un tribunal que, en los hechos, fue cómplice del prianismo, convalidó decisiones que golpearon a los más pobres y se alineó sistemáticamente con los intereses de los grandes capitales. En lugar de consolidar la justicia constitucional, se convirtió en un muro de contención contra las transformaciones que buscaban beneficiar al pueblo.
No se trata de una valoración subjetiva, ya que los hechos hablan por sí mismos. Bajo el amparo de la Corte, cientos de narcotraficantes fueron liberados por tecnicismos legales; empresarios poderosos como Ricardo Salinas Pliego encontraron un tribunal a modo para retrasar o evadir responsabilidades fiscales; y los ministros defendieron hasta el último momento salarios ofensivos, negándose a ganar menos que el expresidente Andrés Manuel López Obrador. La resistencia a la reforma judicial fue una descarada defensa de un sistema de privilegios.
La historia que Piña invoca ya escribió sus páginas. La Corte neoliberal quedará inscrita como símbolo de corrupción, nepotismo y simulación. Lejos de ser “piedra angular de la justicia”, como dijo ayer, fue un obstáculo para el avance democrático y social del país. Su cercanía con el viejo régimen, su complicidad con los excesos del poder económico y político, y su desdén hacia las mayorías, constituyen una condena definitiva.
La salida de los ministros representa no solo el fin de una era judicial, sino el cierre de un ciclo donde el Poder Judicial se sirvió a sí mismo y a unos cuantos. La elección popular de los nuevos ministros abre un camino inédito y esperanzador para que la justicia deje de ser patrimonio de élites y se convierta en un derecho tangible para todos.
Piña, en su despedida, evitó criticar de frente la reforma y prefirió pronunciar palabras de consuelo, apelando a que la “integridad” de hombres y mujeres mantendrá viva la justicia. Pero el gesto llega tarde. El tribunal que encabezó ya fue desnudado en su verdadera esencia, la de un poder que se decía independiente pero que, en realidad, estuvo atado a los intereses del neoliberalismo y de sus beneficiarios.
Hasta nunca, señora Piña. Su discurso final no logra maquillar tres décadas de sometimiento, corrupción y pactos inconfesables. La sociedad ya los juzgó, y el veredicto es irrevocable: la Suprema Corte neoliberal permanecerá por siempre en el basurero de la historia.