No era verdad lo que Lucho le había dicho a la señora Mate: Kabras no había envenenado al perro de nadie. Esto sólo Menfis lo sabía con certeza porque era ella misma quien había matado al perro de la anciana. Y ahora todo el bloque pensaba que Kabras era un cobarde mataperros y algunos ya hablaban de ajustar cuentas. Menfis se sentía mal porque la maldad de Lucho –que odiaba a Kabras, pensaba Menfis, sólo porque tenía una pierna más corta que la otra– le estaba amargando la dulzura de saber que la anciana se retorcía de dolor con el perro muerto, perro que Menfis había matado con dinero de su bolsillo y considerable esfuerzo y que al inicio le había dado una gran satisfacción pero ahora le daba un nudo en el vientre y una acritud en la boca que no se quitaba ni con el café de olla. Todo estaba mal porque la culpa por el perro debió de haber caído en cualquiera menos en Kabras, pensaba Menfis, cualquier otro hijodelaverga en el bloque, no en Kabras, que era el único que la había defendido cuando golpeó a su hijo frente a todos en el patio porque Kabras era el único que sabía, el único que entendía que el hijo de Menfis era un sucio, una sucia copia del padre, y ella sabía que Kabras era el único que sabía porque ella sabía que Kabras era legal, esto se lo dijo la señora Cables antes de irse a morir a la sala de espera en el hospital del estado, la señora Cables dijo: ese cara de palo es el único hombre de confianza, si alguna vez necesitas hablar con alguien habla con él, es como un muerto, no te juzga, sólo escucha, como las piedras, habla con él si necesitas desfogarte, y si la señora Cables le hubiera dicho que Dios era un violaniños Menfis le hubiera creído porque esa mujer cara de rata era lo más parecido a una santa madre en todo el bloque.
La señora Mate, que era lo más parecido al ano del mundo si el mundo cagara ponzoña, no aflojaba en su campaña contra Kabras. Le llegaban noticias a Menfis sin querer oírlas, ella sabía que la horrible anciana estaba haciendo guerra contra Kabras y ya se hablaba en la sombra sobre traer a un picador de la colonia de enfrente, un joven valedor que supiera cortar cerdo con lo que hubiera a la mano.
Algo tenía que hacer Menfis.
Menfis sabía que la señora Cables la estaba mirando desde la tumba, desde una butaca puteada y mal empotrada en el dosel negro del cielo. Pensaba Menfis: ¿qué tanto tengo que empeñar para mandar a Kabras al pueblo a visitar a su gente mientras acá todo el mundo se entera que anda fuera y yo mato a otro perro de la misma forma? ¿Y cómo puedo hacer para que parezca que Lucho está detrás de todo?
Lo que antes parecía imposible para Menfis ya sólo parecía engorroso. Ya lo había hecho una vez y aquella vez, pensaba Menfis, lo más difícil no fue imaginar el plan ni llevarlo a cabo, lo más difícil fue romper la pared que la mantenía encerrada en una sala de espera pensando que matar al perro de la señora Mate era demasiado complicado. Perros que debían morir no faltaban. La perra de Godo mordió a la niña de Zueca y nadie hizo nada. Nadie quiso hacer nada porque Godo era amigo del Frío. Puro pinche agachado cuando el bastón se ve fuerte. A Kabras lo quieren aplastar sólo porque se ve aplastable.
Matar al perro de Godo es lo mismo que matar un mosco, concluyó Menfis, y de nada me sirve. Lo que necesito es meter en la cabeza de la señora Mate que Lucho le metió en la cabeza la imagen de Kabras matando a su perro sólo porque… ah, no es tan simple. Se le podía convencer, a esa señora, que Lucho odiaba a Kabras, pero no con la verdad. La verdad se le escapaba, a la anciana, porque llevaba años y años viviendo sola, realmente sola, con un olmo de un lado y unas ruinas del otro. La señora Mate no entendía nada sobre el mundo y sus habitantes; la verdad era demasiado simple y demasiado extraña, pensaba Menfis. Había que ponerle dulce al animal para que mordiera. Había que hacerle llegar un cuento de que Lucho odiaba a Kabras porque Kabras sabía lo que Lucho ocultaba. Que tal vez una madrugada Kabras no podía dormir y salió a fumar al patio y vio a Lucho meter a su casa a un niño de la calle. La señora Mate sospechaba de todos así que no sería difícil convencerla, siempre y cuando el cuento fuera bueno, armado con buenos detalles, y la imagen central se le metiera en la cabeza y fermentara y pusiera huevos y sobre todo, siempre y cuando la señora Mate se divirtiera imaginando a Lucho cometiendo un crimen.
El gran problema era que la señora Mate era bruta, pensaba Menfis. Porque la señora Mate no leía. Porque no hacía crucigramas. Porque no hacía nada para mantener activa la mente. La señora Mate solo tejía. Pero era medio ciega y tejía mal. Chambritas sin forma. Trajecitos de estambre todos chuecos y deformes, para el par de niños que perdió en el embarazo. Esto Menfis lo sabía porque Menfis la ayudó un tiempo. La cuidó. Incluso le limpió el culo. Primero por dinero, una miseria. Luego más bien por lástima. Y la señora Mate le pagó el favor circulando rumores horribles sobre ella. Rumores que helaban la sangre. Porque para eso era un gran talento, la señora Mate. Para tejer y circular rumores horrendos. Rumores que ponían huevos en las cabezas del vecindario.
Así que la señora Mate no era capaz, pensaba Menfis, de conectar los puntos y entender que Lucho había matado a su perro porque quería destruir a Kabras, pero no de frente sino con rodeos. Y que Lucho la había usado para arruinar a Kabras porque Lucho sabía que la señora Mate aún tenía poder en el bloque. Lo más importante sería que Lucho pensaba que era más inteligente que la señora Mate y que podía usarla como los hombres usan a las sábanas después de ir a coger al motel. Y que el perro y compañero fiel de la señora Mate era menos que una sábana embarrada de jugos.
Lo malo, lo engorroso, es que el cuento iba a tener que explicarse a sí mismo, como una lección de historia, y dejar en claro que Lucho había planeado un ataque defensivo contra Kabras porque le tenía miedo, miedo de que su cara de palo abriera la boca por fin, de que rompiera su silencio de monje. Ya que en el relato de Menfis, Lucho sería una persona inteligente que, en vez de atacar de frente a Kabras, decide tronarlo con vueltas, con rodeos, con la astucia femenina que Lucho no tenía pero que la señora Mate no sabía que Lucho no tenía.
La señora Mate, más que bruta, pensaba Menfis, más que ciega, estaba hueca. Era como uno de esos monigotes de madera y cerámica que ponían en la feria. Un muñeco mecánico tejiendo. Alguien más tendría que unir los puntos por ella. El cuento tendría que llegar a ella ya hecho papilla y masticado. Y no podía llegar directo de Menfis, era obvio, ni de nadie que hubiera hablado con Menfis. Menfis sabía que Menfis no podía ser parte de la ruta del cuento a los oídos de Mate. Tenía que dibujar un gran círculo, casi un pentagrama, pero no podía estar dentro del círculo. De hecho tenía que desaparecer por completo.
Menfis pasó varias noches en vela buscando cómo hacer esto. Cuando sentía que no podía solo tenía que imaginar a la señora Cables engusanada, con ojos de despeñadero, mirándola desde el cielo.
En algún lugar leyó Menfis un cuento de un hombre que vivía solo en una casa. Y que la casa era un lugar imposible, un lugar que buscaba destruir al hombre solitario de múltiples maneras. Para no volverse loco el hombre escribió un diario.
Una noche de insomnio Menfis recordó aquel cuento e imaginó: un día soleado hay dos niños jugando pelota en la portería improvisada. La pelota sale de juego y cae en los arbustos. Uno de los niños va por la pelota, se demora un momento. Regresa con la pelota y una pequeña libreta. Qué es eso, pregunta el compañero. Lo encontré en el arbusto, responde el niño.
Un día tocó Menfis a mi puerta. Dijo que leyó mi anuncio en el semanal de ofertas y preguntó si en verdad era todo confidencial. Yo le expliqué que en mi trabajo la confidencialidad era importante porque algunas personas que quieren aprender a escribir una historia no quieren publicarla, sólo quieren, digamos, sacarse la historia de encima. Le expliqué que en ese sentido yo era como un terapeuta, pero más barato, o como un sacerdote, pero más caro. Ella me aclaró que no quería sacarse de encima nada, pero igual quería que yo guardara silencio. Ella necesitaba escribir un diario que no era suyo. Sería el diario de un pederasta que vive en un conjunto habitacional, tres bloques unidos por un patio. Le dije que no había problema. Ella me preguntó cuánto tiempo tardaría en escribir bien el texto. Le pregunté qué entendía ella por escribir bien. Que sea convincente, dijo Menfis, que parezca que lo escribió una persona real. Le dije que aprender a hacer eso tomaba varios años. No tengo tanto tiempo, dijo Menfis. Me pidió entonces que yo escribiera el diario. Le dije que no tenía sentido eso. Se trata de que usted cuente su historia, le dije. Yo le cuento a usted una historia, me dijo, luego le cuento lo que dice el diario, dentro de la historia, y usted escribe el diario. Pero no le puede contar a nadie. Si usted le cuenta a alguien, le voy a hacer algo a usted, me dijo. Yo lo pensé un momento y luego le dije que si la historia me interesaba, lo haría gratis. Ella dijo que estaba de acuerdo pero que yo tenía que guardar silencio. Todo tenía que ser en secreto. Yo le prometí que mientras ella viviera yo guardaría el secreto. Recuerdo a Menfis pensando. Era una persona inteligente; recuerdo sus ojos mirándome mientras pensaba. Dijo al fin que estaba bien. Luego me contó su historia y me preguntó si me interesaba. Le dije que sí. Menfis preguntó cuándo podía pasar por el diario. Un mes, le dije, pero primero quiero que me diga bien todos los nombres y detalles que necesito para escribir el diario. Menfis dijo que la mayoría de los detalles debía yo inventarlos. Que algunos nombres y algunas cosas debían ser los que ella dijera pero que todo lo demás, la vida de Lucho, sus sueños y costumbres, sus razones para llevar un diario, sus razones para meter niños a su casa, todo tenía que inventarlo, porque en la historia de Lucho y de Kabras, de Cables, Menfis y Mate, nadie conocía a Lucho porque en realidad nadie conocía a nadie, sólo Menfis, sólo una señora llamada Menfis sabía lo que el corazón abismal de las personas ocultaba, sólo Menfis sabía tejer con los ojos abiertos, sólo Menfis veía con ojos de araña la vida en el bloque mientras los demás veían todo con ojos de vaca, de monigote de feria, de ángel, de carroña, de tejedora ciega.
Yo escuché cada detalle, cada cosa salida del tejido de Menfis, y acepté con gusto.
Luego nos dimos la mano.