[Un homenaje eterno a Ozzy] El mundo del rock y el metal lloramos la partida de John Michael “Ozzy” Osbourne, el Príncipe de las Tinieblas, el alma indomable que dio vida al heavy metal y marcó generaciones con su voz, su energía y su rebeldía.
La noche que vivimos el 30 de abril de 1996, para mí, y para mis carnales Ramón, El Abuelo, Ricardo y compañía… Ozzy no sólo se convirtió en una leyenda, sino en un recuerdo vivo, una noche grabada que hoy se percibimos como si hubiera sido ayer. En el entonces llamado UTEP Special Events Center de El Paso, Texas, fue el recinto donde vimos por primera vez al gran Ozzy, y hoy, al saber que se nos ha ido, vuelvo a esa noche para rendirle tributo.
Todo comenzó con un chispazo de suerte, un destello del destino. Aquella mañana, camino al Bachilleres 6, la radio local anunció un reto: “Las dos primeras personas que lleguen a las oficinas del periódico Norte de Ciudad Juárez se llevarán boletos para el concierto de Ozzy Osbourne esta noche.”
Mis compas del salón, Paco y Ricardo, al comentarlo, los tres, sin pensarlo dos veces, dejamos todo atrás y corrimos hacia el periódico. Nos sorreamos las clases como buenos bachis. Tras tres o cuatro horas de espera bajo el sol quemante de ese día, la recompensa llegó: dos boletos para el Retirement Sucks Tour, una declaración de que Ozzy, incluso entonces, se negaba a rendirse ante la idea de colgar el micrófono.
Esos boletos no eran solo pedazos de papel; sentíamos que eran las llaves a un mundo donde la música era vida.
Esa noche, el aire estaba cargado de electricidad, como si un trueno estuviera a punto de estallar. Éramos ocho reunidos, con boletos en otras secciones, en dos lugares. No pregunten cómo lo hicimos —fue un acto de magia callejera, de hermandad y audacia—. Logramos colarnos hasta la 17.ª fila, una visibilidad inmejorable para contemplar el escenario.
Sepultura abrió con una furia que sacudió los cimientos, y Type O Negative envolvió la arena en su oscuridad melancólica. Pero todos sabíamos que eran solo el preludio de algo mucho más grande.
La espera por Ozzy era una dulce agonía, cada segundo cargado de anticipación, hasta que las luces se apagaron y el mundo cambió. De pronto, él apareció. Ozzy Osbourne: el hombre, el mito, el Príncipe de las Tinieblas. Emergió como un titán en el escenario, con su mirada salvaje y esa sonrisa que mezclaba locura y ternura.
La arena explotó en un frenesí colectivo. Saltábamos, gritábamos, vivíamos al máximo. Cada rola nos transportó desde su época con Black Sabbath hasta su gloriosa carrera en solitario, además de los nuevos himnos del álbum que promocionaba en ese entonces: Ozzmosis.
Fue como un viaje desenfrenado, con Ozzy brincando y agitando los brazos como un chamán invocando un ritual ancestral. Desde nuestra posición privilegiada veíamos cada detalle. Vimos, por ejemplo, el sudor brillando en su rostro, la intensidad en sus ojos, la forma en que entregaba cada nota como si fuera la última.
Ozzy no solo cantó; poseyó el escenario, hipnotizó a la multitud, nos hizo suyos. Desde Bark at the Moon, que desató un aullido colectivo, hasta War Pigs, un himno de rebeldía que resonó en nuestras entrañas.
Esa noche en El Paso fue una comunión, un pacto eterno entre Ozzy y nosotros, sus fieles. Nos dio más que música: nos dio libertad, nos dio fuerza, nos dio un motivo para gritarle al mundo que estábamos vivos.
Hoy, al saber que Ozzy ha partido, mi corazón se rompe, pero también se llena de gratitud. Porque en 1996, en esa arena abarrotada, fuimos testigos de su grandeza. Porque logramos colarnos ocho en dos lugares, desafiando las reglas como él siempre lo hizo. Porque su voz, su energía y su espíritu indomable vivirán por siempre en nosotros.
Ozzy, gracias por esa noche.
Gracias por cada riff, cada alarido, cada himno, cada movimiento en el escenario, cada momento en que nos mostraste que el rock y el metal es más que música: es un estilo de vida.
Descansa en paz, Príncipe de las Tinieblas. Tu legado es inmortal, y en cada acorde seguirás rugiendo desde el más allá. ¡Larga vida a Ozzy Osbourne!