Fortunato Pérez llegó a Ciudad Juárez con un saxofón y apenas 50 pesos, pero con el alma llena de música y sueños. Hijo de un clarinetista veracruzano que le enseñó a escuchar con el corazón, su vida ha sido un viaje donde el jazz y la enseñanza se entrelazan como melodías inseparables.
Desde la bulliciosa Ciudad de México hasta esta frontera, Fortunato encendió en Juárez el fuego creativo en generaciones de músicos que, como él, buscan en el arte una manera de volar más allá de lo cotidiano.
EL INICIO DE UNA GRAN AVENTURA
“Resulta que, afortunadamente, mi padre era músico. Él ya falleció. Tenía unas habilidades bastante grandes en la música, al grado que siempre me decía que me dedicara a otra cosa porque yo no tenía la habilidad”, relata el músico entrevistado en el quiosco ubicado a un costado de la casa de Juan Gabriel, en la avenida 16 de Septiembre.
Fortunato nació en Poza Rica, al norte de Veracruz. Tenía alrededor de 12 años cuando escuchó a su padre tocar el clarinete con tanto sentimiento, que no pudo evitar llorar.

“Desde ahí quise aprender a tocar clarinete. Él provocó que me enamorara de la música, regalándome discos de Benny Goodman y Harry James. Esa fue la música que escuché de niño. Posteriormente, cuando terminé la secundaria, más o menos a los 15 años, me llevaron a la Ciudad de México, en aquel tiempo el Distrito Federal.”
En la capital del país, todo cambió debido a circunstancias familiares. Fue entonces cuando tuvo que aferrarse a la música para sobrevivir. En 1982 ingresó a la Escuela Superior de Música, donde conoció a maestros como Francisco Téllez, Enrique Valadez y John Hegger.
“Con ellos empecé a estudiar algo que ellos llamaban el Taller de Jazz, que fue el primer intento por lograr una carrera de jazz en México. Tuve tanta suerte, porque Dios fue poniendo a la gente adecuada en mi camino, en el momento adecuado”, mnifiesta el maestro.
En 1987 le tocó estudiar con Héctor Hallal, conocido como “El Árabe”, un músico mexicano que fue reconocido por jazzistas estadounidenses.
“Él me tomó como alumno y empecé a estudiar instrumentación, armonía y arreglos. Ahí aprendí mucho”, indica.

“La primera vez que toqué en público fue en la calle, en 1988, frente a una pulquería en la Ciudad de México. La primera pieza que toqué fue un danzón llamado Cuando canta el cornetín, de Mariano Mercerón. Después, alguien me dijo que entrara a la pulquería y que extendiera la mano para decir: ‘Lo que gusten cooperar para la música’. Así comenzó una carrera que me llevaría a conocer el país, recorrer varias naciones del mundo, trabajar con artistas reconocidos por el público y enseñar todo lo que había aprendido.”
Pero todo volvió a cambiar en su vida. Gracias a lo aprendido, entre 1989 y 1990 lo llamaron para acompañar a Emmanuel en sus giras. Luego ocurrió lo mismo con José José, Rocío Dúrcal, Dulce y otros artistas mexicanos ya consolidados en la escena nacional.
“Comenzaron los viajes, se me abrieron las puertas. Fui músico de grabación y finalmente llegó un periodo en el que los trabajos con artistas comenzaron a decaer. Cuando Laureano Brizuela, conocido como El Ángel del Rock, tuvo un problema con Hacienda, hubo revisiones a los palenques y a espectáculos nocturnos, y los conciertos bajaron mucho”, dice con tristeza.
En agosto de 1994, Fortunato llegó a Ciudad Juárez. Lo hizo con apenas 50 pesos y su saxofón, el mismo que lo ha acompañado hasta ahora en su carrera musical.
“Traía un traje negro y dos paquetes de ropa, era todo lo que traía cuando llegué a la frontera”, recuerda, mientras voltea a ver su saxofón dentro de un estuche negro, a un lado de sus piernas.
Fortunato está convencido de que la ciudad de uno no es donde naces, sino donde haces tu vida.

“Juárez me abrazó con mucho cariño, y aquí vine a hacer toda mi carrera, como músico, como maestro. Aunque en la Escuela Superior de Música tuve la oportunidad de dar clases, los frutos comenzaron a darse aquí en Juárez”, afirma.
Entre esos frutos están músicos que han brillado tanto en la escena nacional como internacional, como el saxofonista Gerry López y los hermanos Mireles.
“Creo que yo le debo mucho a Ciudad Juárez, mucho.”
MÚSICA Y VIDA
“La música ha sido el campo donde le he dado vuelo a mi imaginación. He cumplido muchos de mis sueños. En la entrevista que me hicieron para entrar en la Escuela Superior de Música, recuerdo que el maestro me preguntó: ‘¿Por qué quieres estudiar música?’. Le dije que porque tenía muchas ideas en la cabeza, porque quiero escuchar en vivo la música que tengo aquí adentro”, rememora, mientras se toca la cabeza con el dedo índice de la mano izquierda.
El maestro le respondió con una sonrisa y le dijo que no todos daban esa respuesta, pero que “era muy buena”.
Fortunato también es compositor, aunque la gente lo conoce como saxofonista.

“La gente me estereotipa como saxofonista de jazz. Adoro el jazz, pero eso no quiere decir que no toque otro tipo de música. Entre la música que he compuesto hay jazz, pero también hay temas que invitan a viajar. Hay uno que escribí para la Orquesta Sinfónica Esperanza Azteca y que hace poco la tocó la Orquesta Sinfónica de la UACJ, y no es precisamente jazz, sino que te invita a viajar”, señala mientras se oye de fondo el Noa Noa de Juan Gabriel y decenas de turistas bajan de un camión rojo para conocer de cerca la casa del Divo de Juárez.
Para Fortunato, el “viaje” es muy importante. Asegura que si el arte no saca a una persona de este mundo físico, si no la aleja de sus problemas y la lleva a otro mundo —un mundo al que solo el arte puede transportarla—, entonces ese arte no sirve.
“El arte te debe hacer viajar. Por eso la música ha sido un escape de este mundo real, de la situación que todos vivimos.”
EL PAPEL DEL ARTE EN LA SOCIEDAD
Para el músico, todo tipo de arte —ya sea la música, la pintura, la literatura, la escultura o la danza— representa un reflejo de la vida de una sociedad en un momento determinado de la historia.
“Cuando solía dar clases, yo les preguntaba a mis alumnos: ‘¿Por qué la música de Mozart o de Johann Sebastian Bach sigue sonando hasta la fecha, y por qué la música del grupo Garibaldi, que fue un grupo de los años ochenta, ya no?’ Me daban varias respuestas, y yo les hacía ver que esos músicos, como Mozart, lo que hacían era viajar a su interior, sacar una fibra de su ser y exponerla. Y ante eso, la gente se siente identificada”, comenta recargado en la reja del quiosco, al que se acercan varias personas para tomarse una selfie del recuerdo.
Para Pérez, la diferencia con otros músicos radica en el contexto actual porque vivimos en una época de lo desechable. Observa que, incluso en algunos restaurantes, los cubiertos vienen en una bolsa, los vasos son de unicel o plástico, con popotes desechables, y hasta los automóviles incluyen piezas pensadas para desecharse fácilmente.
“La música refleja lo mismo, porque los hitazos que estamos escuchando ahorita en la radio, en un año ya habrán pasado de moda. Cuando llegué a Juárez, estaba de moda La niña fresa, Al gato y al ratón, y ahorita ya nadie los escucha. Ya pasaron. Es decir, estamos haciendo música desechable para una sociedad que vive en un mundo desechable”, asegura.

Pone como ejemplo los matrimonios de antes, que duraban 50 o 60 años, mientras que hoy, dice, “cumplen un plazo” y la pareja se dice adiós.
Sin embargo, afirma que el buen arte todavía puede influir favorablemente en la sociedad, porque lo que está bien hecho, siempre sale a flote.
SU ESPOSA Y EL LEGADO
Sobre lo que ha dejado como legado o “herencia” a Ciudad Juárez, Fortunato reconoce que mucho se lo debe a su esposa. Recuerda que, en la Ciudad de México, trabajaba como docente en la Escuela Superior de Música, donde los alumnos que ingresaban ya estaban mentalizados para convertirse en músicos. Pero cuando llegó a Juárez, la realidad fue distinta.
“Cuando llego aquí, busco alumnos, entre músicos bien hechos. Recuerdo que fui al sindicato, donde no se interesaron”, cuenta con un dejo de decepción. “Llegué a la casa bien desanimado, recuerdo que vivíamos en Satélite, y ella me dijo algo que no se me ha olvidado: ‘Fortu, no le apuestes a la gente grande, porque ellos ya no van a crecer. Apuéstale a los niños y haz un curso en el que los niños vayan a aprender, y en unos años vas a ver los frutos de eso’”, relata, reconociendo que esas palabras marcaron una nueva etapa en su vida.
A partir de ese consejo, en 1995 buscó trabajo en la Academia Municipal de Arte, ubicada en el Parque Borunda. Ahí se encontraba la licenciada Mari Carmen Ramos, quien le informó que no había vacantes en ese momento. Le pidió que dejara su currículum y le prometió llamarlo en cuanto se desocupara una plaza.
“A los dos meses me hablaron. Vi cómo funcionaba la academia y propuse algunos cambios”, recuerda Fortunato. “Y recuerdo que para finales de 1995, cuando hacía un frío horrible y nuestra casa era un congelador porque no teníamos calentón, ella me dijo que ya me durmiera. Pero le dije que me esperara porque estaba terminando un plan para enseñar jazz. Y ella me preguntó si me iban a pagar. Le dije que no, que iba a ser mi instrumento de trabajo.” Aquella noche, entre cobijas y frío, nació un plan que cambiaría la escena musical de Juárez.
El proyecto de enseñanza del jazz fue presentado a la Academia Municipal de Arte, pero en ese tiempo llegó otro músico, procedente de Los Ángeles, California, que también presentó un plan similar. Finalmente, el que se aprobó fue el de Fortunato.

“Ahí en la academia conocí a Gerry López, cuando él tenía 8 años de edad. Él estudiaba guitarra y estaba recargado en la caseta de información de la Academia, porque ahí teníamos que firmar cuando llegábamos. Tenía los pies cruzados y un pie lo movía, y me dijo: ‘Maestro, quiero estudiar saxofón’. Y le dije que él estudiaba guitarra. Y me respondió: ‘No, quiero estudiar saxofón’. Ándale, pues. Y lo acepté”, relata con una sonrisa en la voz al evocar aquella anécdota que marcaría el inicio de una nueva generación de músicos.
En esa misma academia también estuvieron los hermanos Mireles: Karlo, Álvaro y Abel. También otros músicos comoJorge Nicolás y Osvaldo Mendoza, quien hoy es docente en Estados Unidos. Todos ellos, recuerda Fortunato, formaron parte de una camada de talentos que emergió con fuerza desde la frontera.
“Hubo bastantes alumnos que salieron de ahí. Entonces, ahora que estoy a punto de retirarme, me siento muy orgulloso, porque Juárez tiene mucho talento. Esos chavos son el relevo. También yo tuve que entender que la raíz jamás va a ver el fruto, porque son etapas. Yo ya hice mi parte, pasé parte de mi conocimiento a estos jóvenes, chavos con mucho ímpetu, mucha energía, y que están empujando fuerte”, afirma con convicción.
El legado de Fortunato no solo está en sus composiciones, ni en los escenarios que pisó a lo largo de su carrera, sino en la semilla que plantó en una ciudad que hizo suya. Y cuyos frutos, como él dice, seguirán creciendo mucho después de que la raíz haya cumplido su función.
COINCIDENCIAS QUE SOLO REGALA EL ARTE
La cultura y el arte, dice Fortunato, están llenos de coincidencias extrañas. Una de ellas fue reencontrarse con la historia de Ciudad Juárez a través de su maestro Héctor Hallal, conocido como El Árabe, con quien estudió en la Ciudad de México. Mucho antes de que Fortunato llegara a la frontera, Hallal ya había vivido y trabajado en esta ciudad.
“Él me platicaba maravillas de esta frontera”, recuerda. “Fue arreglista de Luis Arcaraz Torrás, que fue un compositor, cantante, pianista y director de orquesta mexicano muy importante. Hay una composición que se llama Prisionero del mar, que está en YouTube, muy bonita. Pues los arreglos fueron hechos por El Árabe”.
Hallal estuvo en Juárez en la década de 1950. Le contaba a su alumno Fortunato que, en aquella época, la avenida Juárez reunía a grandes músicos, entre ellos figuras de la talla de Stan Levey, un legendario baterista estadounidense reconocido como uno de los pioneros del bebop, colaborador de Dizzy Gillespie y Charlie Parker.
“Juárez era la meca del jazz en el norte. Sin embargo, cuando llegué en 1994, no había nada de jazz, te soy franco”, afirma Fortunato con franqueza. Su primer trabajo fue con la orquesta de José Luis Acevedo, pero se trataba de presentaciones esporádicas, y tuvo que buscar un empleo estable para mantenerse.
“Fue en El Sinaloense, en la avenida Juárez, donde tocaba cumbias, corridos, norteñas”, recuerda. Aquella etapa marcó su vida y le dejó huellas imborrables: “De ese tiempo se me quedó grabada Me nortié, de Los Rieleros. Todo eso lo tocaba. Pero por eso me nació la idea de enseñar jazz: porque vi que no había. Y ahorita, creo que por todos lados se ofrece jazz, hay conciertos, festivales y hasta restaurantes. Me siento orgulloso de todo eso, porque hubo mucho esfuerzo detrás de muchas de las cosas que se ven hoy”.
Actualmente, Fortunato sigue formando músicos. Está enseñando jazz a una joven clarinetista de 18 años, Camila Méndez, en quien ve una promesa.
“La considero infalible. Es una chica con muchos dones musicales. Ella fue descubierta por Rafael Mendoza, quien me la mandó, y pues quedé maravillado con lo que ha hecho y sigue haciendo”, dice, visiblemente orgulloso del talento emergente.
LO QUE LE FALTA
En lo musical, Fortunato se siente satisfecho con sus logros. Sin embargo, sigue en constante creación. Actualmente está en proceso de formar un quinteto super sax que toque bebop, ese estilo vibrante de jazz surgido en los años cuarenta, caracterizado por sus tempos rápidos, improvisaciones complejas, armonías elaboradas y un virtuosismo instrumental desafiante.
“Vamos a tener una presentación en octubre, en el Centro Cívico S-Mart”, adelanta con entusiasmo a los lectores de Poetripiados.

Pero no todo es música. A Fortunato también le apasionan otras áreas: la electrónica, la mecánica y, recientemente, la soldadura.
“Hay cosas en esas áreas que quiero hacer. Y también quiero hacer una estación de radio, porque creo que las estaciones de radio locales tienen un contenido que no favorece a la cultura en Juárez”, asegura con convicción.
Considera que en esta frontera hace falta una emisora que realmente contribuya a engrandecer la vida cultural de la ciudad.
“No lo hago por internet, porque la gente del pueblo todavía tiene radio AM. Entonces imagina que, a través de una radiodifusora, pasaran música, datos culturales, y que hicieran soñar a los fronterizos sobre cómo son otros países. Porque Juárez no tiene eso. Amo a Juárez, pero las radiodifusoras no están ayudando mucho.”
AGRADECIMIENTOS
Finalmente, Fortunato expresa su gratitud a todos los juarenses que lo han acompañado en este viaje musical y personal. Recuerda con cariño a quien le dio su primer empleo en la ciudad, Mari Carmen Ramos; a figuras como Luis Maguregui; al exalcalde Ramón Galindo, a quien tuvo como alumno en la Academia; y a los músicos, docentes y ciudadanos que se cruzaron en su camino.

“Encontré en Juárez a gente muy buena, de buen corazón. Muchos músicos, a quienes me abrieron la brecha para entrar a la Universidad. La gente del pueblo, que me encuentro en la calle y me reconoce como ‘El saxofonista’ o simplemente ‘Fortunato’”, dice, visiblemente emocionado.
Y concluye con una reflexión que resume parte de su visión: “Un artista no es artista si no tiene público, y Juárez me ha socorrido mucho.”