Era una tarde de abril mortal. El Covid-19 nos acorralaba con ferocidad a todos.
Bajé a la planta baja y me coloqué el cubrebocas y la mascarilla de plástico (con este artefacto exagerado me sentía un astronauta en una misión espacial), pues iba a salir al patio a regar mis árboles y hacer una pequeña caminata, dándole varias vueltas alrededor del patio mientras los pocillos de cada árbol se llenaban de agua.
Y fue cuando llenaba el pocillo del naranjo cuando escucho:
—¡Hola!
¡Me asusté muchísimo!, ¡pensé que el naranjo me hablaba! (Que ya me estaba volviendo loco).
Del susto me fui hacia atrás, hasta que caí sentado en uno de los sillones. ¡Se los juro! Si no estaba ese sillón (taburete), me caigo de espaldas al piso de concreto del patio.
Sentado, por el tremendo susto que me causó oír ese “hola”, mi vista quedó viendo hacia arriba, y fue entonces que vi quién me saludaba detrás del follaje del naranjo.
Era una mujer joven que jamás había visto, y menos en la azotea vecina. Una mujer que traía su cubrebocas, un short demasiado corto de mezclilla que dejaba ver un par de piernas potentes y juveniles, y un jersey muy ajustado de los Dallas Cowboys.
La chica tendría entre 25 o 27 años… calculé.
—Veo que lo asusté, vecino.
Dijo en tono burlón… (Era seguro que se sonreía bajo su cubrebocas).
—Casi me mata del susto… ¿Y usted de dónde salió?
—Vine a parar a Juárez sin querer, vecino… Tengo una semana que llegué.

¡Pensé que el naranjo me hablaba!
Era una tarde de abril mortal. El Covid-19 nos acorralaba con ferocidad a todos. Bajé a la planta baja y me coloqué el cubrebocas y la mascarilla de plástico (con este artefacto exagerado me sentía un astronauta en una misión espacial), pues iba a salir al patio a regar mis árboles y hacer una pequeña […]
Del susto me fui hacia atrás, hasta que caí sentado en uno de los sillones