Marge Piercy, figura prominente de la literatura estadounidense, ha dejado una huella imborrable en la conciencia social de su país. Aunque no suele ser clasificada como una poeta beat, su obra y activismo político se asocia con los movimientos contraculturales de su época.
A sus 89 años, Piercy encarna un compromiso inquebrantable con el feminismo, el marxismo y el pensamiento ambiental. Nacida en Detroit, Michigan, en el seno de una familia trabajadora afectada por la Gran Depresión, fue la primera de su familia en asistir a la universidad. Obtuvo una beca para la Universidad de Michigan y, más tarde, una maestría en la Universidad Northwestern, rompiendo así barreras sociales y económicas.
Durante la década de 1960, participó activamente en movimientos políticos como Estudiantes por una Sociedad Democrática (SDS) y la oposición a la guerra de Vietnam. Estas experiencias no solo moldearon su perspectiva, sino que impregnaron su obra literaria con un profundo sentido de justicia social y resistencia. No obstante, su mayor y más constante compromiso ha sido con el feminismo, el marxismo y el ambientalismo, causas que han guiado su extensa carrera.
Piercy ha publicado cerca de 20 libros de poesía y 20 novelas, testimonio de su versatilidad y dedicación. Sus novelas, con personajes complejos y tramas dinámicas, abordan preocupaciones sociales desde una perspectiva feminista. Al explorar géneros como la ficción histórica y la ciencia ficción, ha demostrado una notable capacidad de adaptación y experimentación. Su novela Él, ella y ello (1991), conocida en el Reino Unido como Cuerpo de cristal, obtuvo el prestigioso Premio Arthur C. Clarke. Mujer al borde del tiempo (1976) es considerada una obra pionera del ciberpunk.
Su poesía, escrita con frecuencia en ágil verso libre, refleja su compromiso con temas sociales y ambientales. La luna es siempre femenina (1980) es considerada un texto clave del movimiento feminista. Early Grrl (1999) recopila su obra temprana, incluidos poemas inéditos. Piercy ha señalado que su impulso autobiográfico se expresa con mayor fuerza en su poesía que en sus novelas, entretejiendo experiencias propias y ajenas en un tapiz colectivo de voces y vivencias.
Entre sus colecciones poéticas más recientes se encuentran La herencia torcida (2006), La luna del hambre: nuevos y seleccionados poemas 1980–2010 (2011) y Hecho en Detroit (2015). También ha incursionado en el teatro, escrito varios libros de no ficción, una autobiografía y editado la antología Early Ripening: American Women’s Poetry Now (1988). Además, fue editora de poesía en la revista Tikkun.
Desde 1971, reside en Cape Cod, donde continúa su labor creativa. Junto a su esposo, el novelista Ira Wood, dirige Leapfrog Press, manteniéndose activa en la promoción de la literatura y el pensamiento crítico.
A continuación, les presento tres poemas de Piercy:
MUÑECA BARBIE
Esta nena nació como se suele nacer,
le ofrecieron muñecas que hacen pipí,
planchas, cocinas BGH en miniatura y
lápices labiales diminutos de color caramelo de cereza.
Después, en la magia de la pubertad, una compañera dijo:
Tenés la nariz muy grande y las piernas gordas.
Ella era sana, probadamente inteligente,
tenía espalda y brazos fuertes,
abundante instinto sexual y destreza manual.
Anduvo de acá para allá pidiendo disculpas.
Todos veían una nariz grande sobre dos piernas gordas.
Le aconsejaron que se hiciera la tímida,
la exhortaron a volverse simpática,
a hacer ejercicio y dieta, a sonreír y engatusar.
Como la correa de un ventilador, así
se le gastó el buen humor.
Entonces se cortó la nariz y las piernas
y se las ofreció.
La exhibieron en un féretro forrado de seda
maquillada con cosméticos funerarios,
una naricita respingada,
un camisón rosa y blanco.
¿No está preciosa?, dijeron todos.
¡La consumación, era hora!
A toda mujer le llega su final feliz.
***
¿DE QUÉ ESTÁN HECHAS LAS CHICAS GRANDES?
La construcción de una mujer:
una mujer no está hecha de carne,
de hueso y nervio,
de vientre, pechos, hígado, codos y dedos de los pies.
Se manufactura como un auto deportivo.
Se remodela, reajusta y rediseña
todas las décadas.
Cecilia en la universidad había sido la seducción misma.
Se retorcía entre las barras como una anguila de seda,
con las caderas y el culo que eran una promesa, y la boca
fruncida con el labial rojo oscuro del deseo.
Nos visitó en el 68 y todavía usaba pollera
ajustada hasta la rodilla y el mismo labial rojo oscuro,
mientras yo bailaba por Manhattan en minifalda
con los labios pálidos como leche de damasco,
y el pelo suelto como las crines de una yegua. Oh, queridas,
¿Me creí superior en ese momento,
le pasara lo que le pasara a la pobre Cecilia?
Ella ya estaba fuera de moda, fuera de juego,
descalificada, desdeñada, des-
membrada del club del deseo.
Miren las fotos de las revistas de moda
francesas del siglo XVIII:
el siglo de la última fantasía para damas
forjada en seda y corsés.
El miriñaque les corría la cadera un metro
para cada lado, la cintura apretada,
la panza comprimida por las maderas.
Los pechos con relleno abajo y a los costados
servidos como manzanas en un bol.
El piecito preso en una zapatilla que
jamás fue pensada para caminar.
Y arriba de todo un colosal dolor de cabeza:
el pelo como pieza de museo, ornamentado
a diario con cintas, grutas y floreros,
montañas y fragatas en plena
navegación, globos y lobos, al capricho
de un peluquero desatado.
Los sombreros eran tortas de casamiento rococó
que le hubieran hecho sombra al Strip de Las Vegas.
He aquí a una mujer en forma
con el exoesqueleto torturándole la carne:
una mujer hecha de dolor.
¡Y ahora qué superiores somos! Miren a la mujer
moderna:
delgada como cuchilla de tijera.
Corre todas las mañanas en una cinta,
se mete a gruñir y a tironear
en una máquina de pesas y poleas,
con una imagen en mente a la que nunca
se podrá aproximar, un cuerpo de vidrio
rosa que nunca se arruga,
nunca crece, nunca desaparece. Se sienta
a la mesa y cierra los ojos a la comida
con hambre, siempre con hambre:
una mujer hecha de dolor.
Un perro o un gato se acercan,
se huelen el hocico. Se olfatean el culo.
Se gruñen o se lamen. Se enamoran
tan seguido como nosotras,
y con la misma pasión. Pero ellos se enamoran
o se apasionan a pelo,
sin miriñaque ni corpiño con push up
sin extirparse una costilla ni hacerse liposucción.
No es para los perros, ni machos ni hembras,
que los caniches se podan
como macizos topiarios.
Si solamente pudiéramos gustarnos en bruto los unos a los otros.
Si solamente pudiéramos querernos a nosotras mismas
como queremos a un bebé que nos balbucea en los brazos.
Si no nos programaran y
nos reprogramaran
para necesitar lo que nos venden.
¿Por qué íbamos a querer vivir en una propaganda?
¿Por qué íbamos a querer flagelarnos las blanduras
hasta hacerlas líneas rectas como un cuadro de Mondrian?
¿Por qué nos íbamos a castigar con el desprecio,
como si tener grande el culo
fuera peor que la codicia o la maldad?
¿Cuándo vamos a dejar las mujeres de estar obligadas
a ver nuestros cuerpos como experimentos de ciencias,
como jardines que hay que desmalezar
como perros que hay que domesticar?
¿Cuándo una mujer va a dejar
de estar hecha de dolor?
***
LAS IMPLICANCIAS DEL UNO MÁS UNO
A veces colisionamos, placas tectónicas que se funden,
continentes que empujan y se derrumban en las venas
de fuego derretido del centro de la tierra y hacen saltar
montones de rocas hasta las crestas dentadas de la Sierra.
A veces tus manos van a la deriva, caricias de la
punta de un ala como el penacho sedoso de la asclepia,
y nuestros labios pacen y una corriente de deseos se congrega
como la bruma sobre el calor del agua hasta que se hace lluvia.
A veces con fervor vamos cavando y
excavando, gruñendo y arrojando las sábanas
como si fueran tierra suelta, metiendo la nariz caliente
en la carne del otro y revolcándonos.
A veces somos dos chicos besuqueándonos como tontos
sobre la manta, haciéndonos cosquillas en el xilofón de la columna
y chistes sucios, a gritos, como un pijama party entero
que salta y rebota hasta partir la cama en dos.
Te doy vueltas y vueltas alrededor otras veces, explorando
a los tumbos, buscando una salida del laberinto de los bojes altos
en el que entro corriendo con los pulmones a punto de
reventar, rumbo a la fuente de fuego verde del corazón.
A veces te abrís de par en par como las puertas de una catedral
y me empujás adentro. A veces te deslizás
dentro de mí como una víbora en su nido.
Y a veces entrás marchando con una banda de bronces.
Diez años de encastrar cuerpo con cuerpo
y todavía entonan cantos salvajes en nuevos tonos.
Es más y menos que el amor: es ritmo,
química, magia, voluntad, y suerte.
Uno más uno es igual a uno, no se puede saber si no es
en el momento, no se traduce en palabras,
no es explicable ni filosóficamente relevante.
Pero es. Y es. Y es. Amén.