“¡Te odio… Hombre tan más valiente!”
Oriana Fallaci
Más que el asesinato de un hombre, el 2 de noviembre de 1975 indica que, desde la desilusión, alguien habló de la desesperación personal como si se tratara de un tema para las páginas de los diarios.
La herida íntima transformada –literatura primero, luego cine– en voz visual que rompe con la matriz de lo privado.
Ver de voz: “El Evangelio según San Mateo”, “El Decamerón”, “Mamma Roma”, “Teorema”, “Saló”… Revivir en las películas y renacer en los periódicos es golpear con lodazal amniótico la comodidad de los que sólo quieren leer cosas que no les espanten, burguesía despótica que no desea ver la realidad que los circunda como un espejo roto.
Circo político perfumado por el cáliz de la hipocresía y bendecido por los magnates de la santidad enferma, fuerzas capitales que el Estado posee para hacer de la realidad una fantasía demandante: ¡Yo, yo! ¡Quiero, quiero! ¡Mío, mío! ¡Dame, dame! ¡Para mí, para mí!
Pero hay ocasiones en que los muertos hablan con más poder y determinación de lo que lo han hecho en vida… Es el caso del poeta, novelista y cineasta Pier Paolo Pasolini, nacido un 5 de marzo de 1922 en Bolonia, Italia y asesinado el 2 de noviembre de 1975 en Ostia, Italia.
La política es un delito a la sombra de la confabulación, la cual se inscribe públicamente en las paredes del tiempo hasta encontrar luz en los escritorios de los periodistas y fuego en las mesas de trabajo de los intelectuales. Si Pasolini se expuso al crimen, es porque el crimen estuvo y está a la orden del día: el apocalipsis del que habló es parte de un tiempo que compartimos.
Todos estos años preguntándome cómo diablos he de abordar la muerte de Pier Paolo Pasolini… ¿Como Oriana Fallaci, maldiciéndole con la admiración de las lágrimas?: “¡Te odio… Hombre tan más valiente!”, dirá a los medios.
No he querido espejear la tragedia en lo reflectante de la sangre, me conformo con hacer un esbozo de sombras en la tinta de la imaginación humana, donde la reflexión de Pasolini no es el deseo de una cruel e inevitable verdad…
Cerró los ojos y esperó. Se aproximaría consciente, con la resignación de quien sabe que, de un momento a otro, su nombre se escuchará en el vacío. En Ostia, a 30 Kilómetros de la capital de Italia, las olas pulían en las rocas sus espumas. No sabía explicarlo de otro modo: tres palabras…
Fue un día vivido al máximo. La asamblea de las horas lo había cansado. Dejó caer los párpados e imaginó la noche: un mar de estrellas guiaba su destino de un tirón hacia la orilla. Sentía que para él era igual: el deseo mandaba, porque cumplía anhelos.
Tocó su cabellera y cayó en cuenta que olvidó los lentes en algún lugar. ¿En la entrevista? No tenía importancia. Para leer la sed de un cuerpo y saciarlo se puede ser ciego, comunista, tartamudo, hijo del Papa. Frente a la playa, la brisa caliente mojaba su pecho. No abría los ojos, sólo sentía el Universo girar a su alrededor: él era el centro y los demás únicamente satélites de tercera clase.
Sobre la puerta del auto, se dejó acariciar el brazo. La mirada se devolvió en el umbral de una visión: uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis… Pasados los minutos, la sombra oscureció más. Era una lenta sustancia que avanzaba perdiendo brillo*. Hermoso como un gato moteado de sangre, el muchacho (Giuseppe Pelosi) dejó de saborear amargas palabras en su saliva… “Lo siento, Pier”.
Como cuando murió ella y caminé hasta perderme… ¿Qué más? ¿A dónde se va cuando se mata a un ser que amas?
*Pasolini había sido atropellado en varias ocasiones con su Alfa Romeo, aconteciendo lo implacable: múltiples fracturas óseas y entorpecimiento de sus órganos vitales; sus genitales, al ser golpeados repetidamente con una barra de metal, se destruyeron por completo, y su cuerpo fue quemado mientras aún continuaba con vida.
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